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martes, 12 de marzo de 2019

En pro de una liturgia bíblica I: Definiciones teológicas.


Por J.A. Torres Q.



Como señala el viejo latinismo  lex orandi est lex credendi[1], esto es, lo que digamos en la oración, será lo que simplemente creemos es la oración. Por ejemplo, no es casual ver en el culto público solo dos énfasis habituales al respecto: Peticiones  y gratitudes; sin embargo, ¿qué de la oración de confesión de pecados, la oración de exaltación a Dios? Este pequeño ejemplo nos revela que muchas de las cosas que hacemos en la iglesia, simplemente siguen allí por el principio rector de la tradición. Por otro lado, ¿por qué en un culto se dan cuestiones de índole más bien administrativas como los avisos o la tradición de repetir versículos lo cual no siendo per se prácticas heréticas nada tiene que ver con el concepto esencial de qué es un culto? No es extraño y quizás más de una vez le ha pasado que estando en plena dirección del culto, llegó al punto de los avisos percatándose sobre la marcha de una necesidad imperiosa interna de sacramentalizar tal mención. ¿Qué decir del hermano que en el tiempo que hemos llamado “de oración”  levantó su mano para ponernos al tanto  que le fue bien en su operación de la próstata? Si pudiéramos observar la historia del culto en el cristianismo, sin duda nos percataríamos de que en algunos casos hemos  perdido la idea original de lo que era bíblicamente, un culto. Por todo lo anterior, debemos revisar lo que hacemos y procurar cambiar lo que simplemente está arraigado en la tradición y poner atención a las Escrituras y  lo que ellas nos dicen al respecto. Ahora bien, como el principio del “cambio bíblico”[2] necesario  no es simplemente darse cuenta que algo estamos haciendo mal y dejar de hacerlo,  sino por sobre todo, empezar a actuar de otra manera, lo primero que debemos entender para lograr  un cambio en nuestra liturgia, es comprender los términos, conceptos y palabras que incluyen este tema. Por esta razón, en este primer artículo nos remitiremos a abordar tres términos con sus respectivas implicancias, a saber, “culto,” liturgia” y “adoración.”

A.  Definiciones y sus implicancias

1.  Culto

La palabra “culto” aparece varias veces en las Escrituras. Así, se habla del culto judío (cf. Rom. 9:4; Heb. 9:1,6, 9: 10:2), de los cultos  idolátricos (cf. 2 Rey. 21:3; 2 Cro. 14:3; 33:3; Jer. 44:19; Hec. 7:42; Rom. 1:25; Col. 2:8,23). Del culto racional que los creyentes deben dar (Rom. 12:1), y también, del culto que pedirá el anticristo (2 Tes. 2:4). El texto hebreo usa el término עָבַד (abád) que tiene varios sentidos, así:   trabajar (Éxo. 5:18). Cultivar[3] la tierra (Gén. 2:5; 2:15). Servir, trabajar para otro (2 Sam. 16:19; Éxo. 21:6). Prestar servicio cúltico (Núm. 3:7;  8:25).  Celebrar un rito (Éxo. 13:5). Servir, rendir culto (2 Rey. 21:3; Éxo. 3:12) (Chávez 1992:432).  Estos son los significados  etimológicos que acentúan el trabajo que incluía el servicio religioso. Así, el culto dedicado a YHVH en el tabernáculo demandó de la consagración de toda una tribu, los levitas, quienes estuvieron dedicados por completo al culto a Dios. El NT usa el término λατπεία (latpeía) se usa de manera similar al sentido veterotestamentario; también, en referencia al “servicio” del trabajo cultual para Dios (Rom. 9:4; 12:1; Heb. 9:1,6).  Ahora bien, lo siguiente es un principio autoritativo regulante sobre el culto cristiano. Pablo hace mención de este ideal cúltico con  λογικὴν λατρείαν (logikèn latreían) “culto lógico”, “culto pensado” que se observa  en el siguiente versículo: “Así que,  hermanos,  os ruego por las misericordias de Dios,  que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo,  santo,  agradable a Dios,  que es vuestro culto racional.” (Rom. 12:1).

Sin duda Pablo tiene en mente la idea veterotestamentaria de culto como ilustración, pues en esta dispensación  el culto cristiano no está basado en  la muerte o sacrificio de un animal sustituto. Sin bien es cierto en la justificación el creyente necesita imperiosamente de un sustituto vicario perfecto, Cristo (1 Ped. 3:18), en la santificación, él es el sacrificio tal cual Pablo lo subraya aquí (“vuestros cuerpos”). Haciendo un resumen conceptual de todo lo anterior, podemos decir que:

El culto incluye trabajo. Quien culta, trabaja. Esto es, se esfuerza en. Así, el cristiano (seguidor de Cristo) se dispone y prepara  antes, para  entregar un servicio al Señor a través de los elementos propios de la liturgia cristiana (alabanzas, ofrendas, constricción y atención).  En este sentido, el culto personal es esencialmente  eso, un involucramiento personal dispuesto y racional. En términos generales, son dos aspectos concretos en los que nos involucramos en el culto público. Primero, la actividad activa, esto es,  nuestras expresiones en homenaje a quien merece toda adoración, Cristo; expresiones que evocamos en la adoración corporativa ordenada. Dicho de otro modo, no hay creyentes verdaderos con “manos” cruzadas (actitud). Segundo, un elemento pasivo, el momento en que Dios espera que nos aquietemos en reverencia inclinando nuestros oídos para “escuchar Su Palabra”[4].  De manera que el culto cristiano tiene un enfoque totalmente teocéntrico, pero a la vez,  Cristocéntrico, pues el culto corporativo es justamente la suma de todos aquellos que son conscientes de la Gracia de Dios y por ello,  agradecidos a Dios responden en armonía y adoración a Cristo, quien lo ha dado todo por ellos.  Por esta razón, es evidente que la devoción cristiana, no termina cuando se ha llevado a cabo el último rito de la liturgia, en el culto, sino que se sigue manifestando en los creyentes  en la obediencia práctica a la Palabra predicada.

2.  Liturgia   

La palabra  liturgia, proviene de latín liturgía y significa “servicio público.” Proviene de la LXX que traduce del hebreo עֲבֹדָה   (abodah) por λειτουργία (leiturgía) de láos “pueblo” y érgon “trabajo”, así, “trabajo del pueblo”, o “servicio público” (cf. Núm. 4:24). El profesor W.E. Vine explicando un cognado, señala:

 «λειτουργός  [leitrurgós] denotaba, entre los griegos, en primer lugar, a uno que desempeñaba un cargo público a sus propias expensas, y luego, en general, a un funcionario público, a un ministro. En el NT se usa: (a) de Cristo, como «ministro del santuario» en el cielo (Heb. 8:2); (b) de ángeles (Heb. 1:7; Sal. 104:4); (c) del apóstol Pablo, en su ministerio evangélico, cumpliéndolo como siervo-sacerdote (Rom. 15:16). Por el contexto es evidente que usa este término en sentido figurado y no en un sentido eclesiástico; (d) de Epafrodito, ministrador de las necesidades de Pablo en nombre de la iglesia de Filipos (Flp. 2:25); aquí, lo que se tiene a la vista es un servicio representativo; (e) de los gobernantes terrenos, que aunque no todos ellos lo hagan conscientemente como servidores de Dios, desempeñan sin embargo unas funciones que son una ordenanza de Dios (Rom. 13:6: “servidores”…).» (Vine 2007:555). 

El término liturgia en el contexto de la reunión eclesiástica,   describe el orden y la forma en que se realizaban las ceremonias en el culto dominical.  En el Nuevo Testamento, sin embargo, la palabra no ocurre en relación con asuntos ceremoniales sino que indica el servicio que el cristiano rinde a Dios en fe y obediencia, como en Filipenses 2:17 “servicio”; Romanos 15:16 “ministro” (cf. Rom. 15:27; Fil. 2:25,30; 2 Cor. 9:12). Ahora bien, el NT no revela nada tocante a un patrón litúrgico. Aunque Pablo tuvo que corregir desórdenes en el culto (cf. 1 Cor. 14), no nos dio un patrón, o un modelo específico de la liturgia, aunque sí, principios regulatorios generales contextuales que sirven como principios de orden aun hoy,   así:   pero hágase todo decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40) y, “…hágase todo para edificación” (14:26), subrayando la necesidad de un culto racional y lejos de toda confusión empírica (cf. 1Cor. 14; 13-17; 23-4; 33). Ahora, ¿deben las mujeres tener participación activa en el culto público?  Si ha entendido bien el punto anterior, la respuesta a esta pregunta, es sí. Sin embargo, si la pregunta es: ¿Deben las mujeres tener participación activa en la dirección del culto público? Por supuesto, la respuesta es diferente.  

En esta misma línea regulatoria general del culto, —y nótese con atención— Pablo no dijo “vuestras mujeres   en Corinto callen”, o “tales mujeres puntuales”, sino, “…vuestras mujeres callen en las congregaciones[5] (14:34) y Pablo no tiene en mente congregaciones específicas, sino, la iglesia cristiana universal, por eso  añade: “Como en todas las iglesias de los santos” (14:34), y para dejar la cuestión bastante clara, añadió: “…porque[[6]] es indecoroso[[7]] que una mujer hable en la congregación.” (1 Cor. 14:35b), habiendo dado antes Pablo otra razón: “Porque[[8]] no les es permitido hablar, sino que estén sujetas”, añadiendo   a reglón seguido, “…como también[[9]] la ley lo dice.” (1 Cor. 14:34).  Ahora, la misma exégesis lleva el tenor autoritativo de lo que Pablo estableció. Sin embargo, previendo no Pablo, sino el Espíritu Santo  el proto-feminismo en la iglesia posterior añadió Pablo lapidariamente, y de hecho, irónicamente  —en una iglesia “llena” de “profetas” y “espirituales”— que: “Si alguno se cree profeta,  o espiritual,  reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor.” (1 Cor. 14:37).  La frase  lo que os escribo son mandamientos del Señor” nada tiene que ver con cultura, sino, con una declaración  prescriptiva que las Escrituras usan para decirnos lo que Dios no solo piensa al respecto, sino, lo que él ya decidió sobre los roles en el culto (cf. 1 Tim. 2:9-15) y en el hogar (cf. 1 Cor. 14:34; Col. 3:18; 1 Ped. 3:1; Efe. 5:22,24).  Una nota necesaria para los hombres:

que gobierne bien su casa,  que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Tim. 3:4).   Pablo está hablando aquí del hombre gobernando su casa.  Está estableciendo claramente una jerarquía. El hombre gobierna. Ahora, la palabra “gobernar”, viene del griego proístemi: “estar delante”, “presidir”, pero también, tiene el acervo de la actividad  común de los griegos —aquellos días— donde fueron principalmente  navegantes. “Gobernar” entonces, incluye la idea del que está en control  del timonel de la embarcación. Así, de quien dirige el barco.  En consecuencia, no existe en este concepto la idea “masculina” del: “!En mi casa, mando yo!” No, la idea novotestamentaria  no incluye esta distorsión de la autoridad delegada. El NT pone el acento en que el que está gobernando  sepa orientar, lo cual incluye el dialogar. Por ello se dice también que ellos —los que gobiernan: los hombres— no deben ser ásperos con ellas   (Col. 3:20; 1 Ped. 3:7). Y que deben evitar el abuso autoritativo que lleva a muchos a exasperar a sus hijos desalentándolos por dicho y errado concepto de autoridad (Col 3:21). Y sin duda, generalmente los hombres no sabemos dialogar, en efecto,  muchos creen justamente que gobernar se trata del  “yo mando aquí y punto” cuando el término y concepto escritural, apunta a un gobierno sabio en amor; siguiendo con la idea del usus loquendi[10] incluido, se trata del gobierno de un barco familiar, no el de un barco de esclavos, en donde por supuesto, por diseño divino el hombre se le ha dado el lugar de autoridad que incluye  la responsabilidad de llevar a puerto seguro, a quienes Dios le ha dado como parte de la tripulación a su cargo,  lo cual no es menor.  

¿Qué principio  nos da el NT para la liturgia entonces? Como señalamos, el NT no nos da un modelo, una forma clara en que deberíamos llevar a cabo la liturgia, pero sí, principios generales como el  orden en y durante la liturgia con un enfoque  pedagógico (edificación)  y racional.    Ahora bien, ¿cuál debería ser el énfasis litúrgico? Esta pregunta tiende a dirigirnos a las ceremonias de la liturgia, entiéndase, las alabanzas, las lecturas bíblicas y los tiempos de oración. Sin embargo, apunta a otra cosa, esto es, al espíritu rector que deberíamos procurar durante toda la reunión, lo cual tiene  que ver con poner en el centro de la liturgia a quien merece —en especial, corporativamente hablando— tal día  honor, gloria y exaltación.

Poner el acento en esto, tiene una relación directa con la doctrina. Dicho en otras palabras,  cuando el consciente colectivo en la congregación, y en especial,  en aquellos que les toca dirigir o guiar  a la congregación en el culto corporacional dejan —conscientes o inconscientemente— en segundo plano la obra salvífica de Cristo como cigüeñal litúrgico,  tal culto  se vuelve por defecto  homocéntrico, o tiende a ello, lo cual se puede constatar en el hecho de que muchos piensan  que el culto no es “entregar a”, sino, recibir un beneficio “espiritual”, cuando el objetivo esencial del culto es la entrega de una adoración personal y a la vez corporativa a Dios. De manera que el espíritu  rector de toda la liturgia debe ser desde el comienzo hasta el final, la persona de Cristo. En consecuencia, y solo a modo de  reflexión paralela, ¿qué tiene  que ver el día del niño, el día de la mamá, el día del papá u otros días con en el “culto”?  Juzgue usted, a la luz de lo estamos tratando de enseñar es una liturgia bíblica.

3.  Adoración   

La meta del culto en el que por definición soy participante consciente, es la adoración a Dios. Esto significa  que el culto no es para mí. Básicamente, y esencialmente el culto es lo que el creyente viene a entregar en solemnidad a Dios. Por esto, nadie que se dice cristiano debería ser obligado a venir a la iglesia, porque esto es justamente un deber de los creyentes (Heb. 10:23ss; Deut. 16:16). Ahora bien, cada vez que una liturgia tiene un enfoque humanista,  el culto —como dinámica colectiva—  se volverá cada vez más cúlticamente emergente[11]. Sí, justamente como lo han concebido las iglesias emergentes; ahora, antes de mencionar algunas  costumbres que sin querer a veces permitimos, notemos —a grandes rasgos— qué incluye la adoración desde el punto de vista escritural. La semántica de los términos, nos hablan entonces, de dos polos.  

La adoración tienen un polo subjetivo (mi actitud)

Hec. 17:23  εὐσεβέω (eúsebéo) 1 Tim. 5:4 “piedad, piadoso”   
Mt. 15:9   σέβομαι (sébomai) “retraerse  temor  reverencial” (Hec. 16:14) 
Rom. 1:25  σεβάζομαι (sebádzomai) “venerar, dar culto (realzar)”

La adoración tiene un polo objetivo (mi acto ritual)

Gén. 22:5  שָׁחָה (shajá) “postrarse”, “arrodillarse”, “encorvarse”, “inclinarse.”
Mt. 2:8  προσκυνέω (pros-kunéo) literalmente describe el acto de “besar” (la mano) más una “inclinación”, tiene la idea de postración.
Rom. 1:9  λατρεύω (latreúo) “servicio físico”, “dar culto” (cf.  Heb. 12:28). 

La verdadera adoración, involucra la actitud cultual, pero también, como fruto de ello, la expresión cultual. Por eso, la adoración más que ser una cuestión musical, es una cuestión teológica, esto es, escritural.  Así,  mi expresión cultual a Dios estará directamente relacionada con lo que creo es Dios: o sea, la doctrina. Por ello, la idolatría, nótese bien, ido-latría (culto a las imágenes) fue severamente sancionada por Dios, porque no solo fue una distorsión del Dios revelado, sino también, de Su Palabra (Éxo. 20). Nótese el siguiente cuadro que nos explica la dinámica de la adoración.








La teología y la regeneración, —y esencialmente primero la regeneración—  demarcan  la praxis  (acciones correctas) de la verdadera adoración. Esto es, y en primer lugar: la adoración está dada solo, para los creyentes; Jesús mismo clarificó esto a la mujer samaritana  cuando habló de los verdaderos adoradores, quienes primero, son verdaderos adoradores porque han nacido de nuevo. Éstos “adoradores”, busca Dios, quienes  rigen su culto personal-corporativo por Su Palabra, no por el corazón o los sentimientos, ni mucho menos, por el “a mí me gusta así…” Sin embargo, y siendo esto lo primero,  lo segundo es lo que regula tal adoración,  la teología (Su Palabra). 

En este sentido, cuando el cristiano logra comprender que su culto personal no es lo que él debe recibir, —aunque sí recibe, y mucho— sino, lo que él debe  entregar a Dios  de acuerdo a la Palabra de Dios, entonces, lo primero que debería advertir  es frente a quién está. Y por supuesto, es la teología la que nos ofrece la información correcta al respeto Dios, lo cual nos deriva a una conciencia bíblica —no emocional—  de quien es Dios. Y, si nuestra teología es correcta entonces, no podemos llegar a otra conclusión acerca de la majestad revelada de Dios en Su Palabra, lo cual nuestra actitud debería reflejar incluso antes de entrar al templo. Nótese por favor, los siguientes ejemplos de la conciencia que los creyentes del AT —como del NT también— tenían acerca de Dios, un Dios que no ha cambiado un ápice al respecto.   

“Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar,  Peniel;  porque dijo: Vi a Dios cara a cara,  y fue librada mi alma.” (Gén. 32:30)

“Al ver Gedeón que era el ángel del SEÑOR, dijo: ¡Ay de mí, Señor DIOS! Porque ahora he visto al ángel del SEÑOR cara a cara.” (Jue. 6:22)

“Y dijo Manoa a su mujer: Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto.” (Jue. 13:22)  

“Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isa 6:5) 

“Seis días después,  Jesús tomó a Pedro,  a Jacobo y a Juan su hermano,  y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos,  y resplandeció su rostro como el sol,  y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Mientras él aún hablaba,  una nube de luz los cubrió;  y he aquí una voz desde la nube,  que decía: Este es mi Hijo amado,  en quien tengo complacencia;  a él oíd. Al oír esto los discípulos,  se postraron sobre sus rostros,  y tuvieron gran temor.” (Mt. 17:1-2;5-6) 

 “Cuando le vi,  caí como muerto a sus pies.  Y él puso su diestra sobre mí,  diciéndome: No temas;  yo soy el primero y el último…” (Apo. 1:17) 

No hay mucha diferencia entre los creyentes del AT y el Nuevo,  respecto lo que era para ellos la gloria de Dios.  Por supuesto, este concepto es bastante ajeno al que vemos hoy en muchas iglesias. Ahora, tal conciencia de Dios derivado de la teología, confluye inevitablemente en  una nueva conciencia plena y racional de lo que debe ser nuestra reverencia, temor y honor hacia  Dios en el culto público.  Tener conciencia de la reverencia que Dios merece entonces, nos lleva automáticamente a responder adecuadamente en el aspecto externo, interno y racional de nuestro culto. Quizás pensemos, “nunca llegaremos a las prácticas[12] de la iglesia emergente”, sin embargo,  muchas veces tenemos sutilmente la actitud de un “emergente” en el culto, muchas veces sin ser conscientes de ello,  porque en algún kilometro de nuestro entendimiento de la gloria y gran majestad de Dios nos bajamos, cayendo en un sutil relajamiento racional evidenciando  por ejemplo,  en un relajo indumentario que muchas veces tiene un fundamento ficticio en la libertad cristiana, como es en algunas ocasiones el vestido ajustado y sugerente de la hermana que no deja de ser una distracción para los varones, lo cual no pocas veces, es simplemente un sutil y recóndito sentimiento de egolatría (cf. Isa. 3:16:24; 1 Ped. 3:3-4; 1 Tim. 2:9-10). Sin embargo, no solo se trata  de las mujeres, en este sentido llama la atención la bipolaridad indumentaria que muchas veces observamos en los hombres, quienes con regularidad se presentan en sus trabajos  de manera impecable, pero que por esta misma razón, —y basados en una licencia más  bien  subjetiva— no dudan en presentarse al culto, casi como si el templo fuese una extensión de la playa (con bermudas, por ejemplo). Sin duda, sabemos que Dios mira nuestro corazón  —lo cual debería asustarnos, más bien que relajarnos—   y la “camisa” como la “corbata” no nos hace más santos;  sin embargo, una conciencia  saludable de quien es Dios, evidentemente nos llevará a responder de una manera “adecuada” a quien rindo honor, quien espera que me presente ante Él, con corazón sincero, en plena certidumbre de fe,  pero también, liberado de una mala conciencia (Heb. 10:22). Esto es,  una conciencia que ya no hace su trabajo.

En este necesario auto examen  por supuesto, no somos impelidos a responder a la cultura de la iglesia porque esta no es la rectora de nuestra costumbres, aunque sí,  debemos  considerar en humildad lo que la “cultura cristiana piadosa” juzga apropiado  en nuestro contexto, pues nadie vive para sí (Rom. 14:7ss). Sin duda esta disquisición está arraigada al segundo factor derivado de una buena conciencia (1 Ped. 3:16ss), el temor a Dios, que lleva al cristiano a responder a lo primero, en obediencia y jamás en el empírico “es que a mí  no me gusta” que hace tiempo ya murió juntamente con Cristo (Gál. 5:25-26; 2:20).  Por supuesto,   no se trata de sacralizar formas, sino, de concientizar al creyente maduro a que considere que a quien él viene a rendir culto, no es a los hombres, sino a Dios. No se confunda, por supuesto, la famosa corbata y la camisa son cuestiones “culturales” y hemos de tener cuidado en poner estos aspectos externos al nivel del rigor soteriológico (Gál. 4:9s), sin embargo, de la misma manera que no  iríamos a hablar con el alcalde en bermudas, —no siendo la cultura nuestra autoridad— la “cultura cristiana piadosa” sí —como hemos señalado ya—  nos da un parámetro sabio que nos ayuda específicamente  a responder adecuadamente en un “contexto” puntual momentáneo, cuestión que especialmente quienes dirigen —y mayormente— quienes predican, deben sin duda ponderar  a la luz de la más adecuada versión contextual del “hágase todo decentemente y en orden.”   Nótese por ejemplo, el caso de Timoteo (cf. Hec. 16:1ss), Pablo lo “circuncidó” por una causa totalmente cultural e inaceptable aun para el propio Pablo y la libertad cristiana (cf. Hec. 15; Gál. 1:6-10; 2:11-21).  Sin embargo,  dicho contexto lo requería  y la madurez de Timoteo no fue un obstáculo. El ejemplo de Hudson Taylor  (1832- 1905) es interesante; siendo un misionero protestante inglés en China y fundador de la Misión al Interior de China, MIC (China Inland Mission; hoy  OMF), se quitó de encima su atuendo “formal”, por lo menos, lo que los ingleses llamaban formal y decidió dejarse crecer el cabello y adoptar la vestimenta China; por supuesto, para Taylor esto no fue simplemente una cuestión de gusto personal, sino,  una estrategia holística necesaria pues de hecho, tuvo que aprender el idioma chino incluyendo el mandarino, el chaoshanhua y el wu. Lo cual le llevó a  traducir el Nuevo Testamento al  Ningbó, uno de los dialectos derivados.

En consecuencia,  antes de avanzar a nuestro segundo artículo relativo a la necesitad de entender qué es una liturgia bíblica, necesitamos meditar y ponderar bien lo que es el “culto”, la “liturgia” y la “adoración” individual y  a Dios.  Si hemos comprendido estos aspectos a la luz de las Escrituras, entonces, vamos por buen camino.      





Bibliografía

Aracena, Christian  2017. Consejería Bíblica, en la iglesia local. 
Grenz, Stanley & Guretzki, David  et al. 2013. Términos Teológicos, Diccionario de Bolsillo.  El Paso TX: Hispano.
Rose, Nathan  2019. 5 peligros espirituales de faltar a la iglesia. Internet URL:
 [Consultado el 11.03.2019].
 Slick, Matt 2007. What is the Emerging Church? (¿Qué es la Iglesia Emergente?) Internet URL: https://carm.org/what-emerging-church [Consultado el 11.03.2019].
Varela, Juan  2002. El culto cristiano, origen, evolución, actualidad. Viladecavalls, Barcelona: Clie.
Vine, W. E. 2007. Diccionario Expositivo de palabras del Antiguo Testamento y Nuevo Testamento Exhaustivo. Nashville TN: Nelson.
Wenceslao, Calvo 2011. Liturgia. Internet URL:   




[1] Lit.: “la ley de lo que se ora, es la ley de lo que se cree.”
[2]  Señala el pastor Christian  Aracena: “Nos hace falta cambiar. Es necesario dejar el viejo hombre con sus malos hábitos y llenar la vida con el nuevo hombre y sus nuevos hábitos (Mt. 5:21-22,27,28; 12:43-45; Ro. 6:6; 12:9-21; Gál. 5:19-23; Ef. 4:22,24,28; Col 3:9; 1 P. 3:9).” (Aracena 2017:50).
[3] En latín la palabra culto es cultus y significa cultivar,  e incluye el trabajo meticuloso que se hace.
[4] Nathan Rose tienen razón cuando escribe: “El aspecto central de la adoración congregacional es la predicación de la Palabra de Dios. La proclamación de las Escrituras es el medio principal de Dios por el cual un discípulo de Jesús crece en madurez espiritual. Cuando un cristiano se salta la reunión de la iglesia, se está perdiendo el proceso prescrito de Dios para el crecimiento espiritual.” (Rose 2019:1).
[5]  Gr.  ἐν ταῖς ἐκκλησίαις (en taĩs ekklesíais) “en las iglesias.”
[6] Pablo no es ambiguo, usa γάρ (gár) “porque” que es preposición argumentativa. No simplemente una conjunción de inferencia, o deductiva.  γάρ (gár) se usa en el NT esencialmente para argumentar razones en una discusión.  
[7] Gr. αἰσχρός (aisjrós)  “vergonzoso”, de allí, acción vergonzosa.
[8] Gr. γάρ (gár).
[9] “También”, evoca la idea de, además de.
[10] Es un latinismo (frase) que significa “uso local”, y tiene la idea de cómo es que los destinatarios originales lo entendieron de acuerdo al uso local, o sea, a su contexto histórico cultural.
[11] ¿Qué es la iglesia emergente? Matt Slick explica: “La Iglesia Emergente es un movimiento que clama ser cristiano. El término “Iglesia Emergente” es usado para describir un movimiento amplio, controversial que busca usar acercamientos culturalmente sensibles para alcanzar a la cultura posmodernista, con el mensaje cristiano, especialmente de aquellas personas que no tienen iglesia. Algunas Iglesias Emergentes podrían utilizar objetos de utilería tales como velas, estatuas, e incienso, además, leer poemas, dejar utilizar micrófonos para toda persona, videos, etc. Algunos servicios de la IE son algunas veces extremadamente informales, mientras que otros son más formales.” (Slick 2007:1).
[12] Algunas características propias de las “iglesias emergentes” —un fenómeno mayormente americano (Mark Driscoll, Dan Kimball, Brian McLaren) que ya tiene sus réplicas en nuestro país—  claramente ha surgido por un enfoque claramente humanista (el hombre en el centro) y posmoderno de lo creen es un culto. Así, algunos  rasgos comunes  en estas comunidades son una tentativa y conciencia de alcanzar a aquellos en la cultura posmoderna, pero, a través de formatos cultuales también posmodernos. De allí que el uso de la tecnología no solo escatima la tradicional proyección, sino que también  incluye espectáculos  y puestas en escenas al más estilo del performance secular. Concepto de espectáculo de carácter vanguardista en el que se combinan elementos de artes y campos diversos, como la música, la danza, el teatro y las artes plásticas. Por esto, no es raro ver en estas comunidades una ambientación posmoderna  para personas justamente,  posmodernas en neo-templos adaptados con velas encendidas y aun,  aromas ambientales. Pero esto no es todo, es característico de estos grupos también, un rechazo a la liturgia tradicional, sino también, un  relajamiento doctrinal sobre las verdades absolutas y credos históricos cristianos aceptados por la ortodoxia tradicional (Slick 2007:1).

jueves, 7 de marzo de 2019

La desesperación necesaria que debe provocar la ley moral en la evangelización


Por. J.A. Torres. Q.



Un extracto del libro «“¿Decisionismo o evangelismo bíblico? Un estudio histórico teológico y exegético de la antiescrituralidad del decisionismo» con el subtítulo de: “Los 10 mandamientos provocan una desesperación necesaria.” Pág. 425-428. Pronto, 2019.

La utilidad persuasiva de la ley moral es una herramienta realmente sorprendente que Dios dispuso para la evangelización.  Como hemos advertido,  revelan a los hombres sus pecados  o los notifican con algo que les pertenece: la culpa, el juicio y el infierno[1] (v. Rom. 3:23; Apo. 21:8). Cierran la boca de todo hombre, esto es, dejan sin efectividad sus excusas y justificaciones, pero a la vez,  habiéndolos notificado de sus delitos ante quien es Juez universal (cf. Sal. 58:11; 75:7; Isa. 33:22; 2 Tim. 4:8; Stg. 4:12; 1 Ped. 4:5). Por supuesto, también lo conducen a Cristo como explicaremos en el último punto (Gál. 3:24). Sin embargo, esto último no lo hace la ley sin antes dirigirlo hacia la gracia de Dios  dispuesta para todo verdadero arrepentido, después de hacerlo primero consciente de su desgracia (cf. Rom. 2:1-6).  Tal hecho necesario para el pecador viene a la luz en el proceso propio de la ley. Dicho en otras palabras, la ley de Dios después que informa al hombre  su culpabilidad frente a Dios (Rom. 3:19-20), lo predispone  para la gracia divina generando antes en él, una convicción de  peligro inminente y de allí, produce el susto más saludable y necesario que el pecador podrá experimentar en toda su vida.  Esto lo hace principalmente debido a que la ley desarraiga al pecador de todo bastón (obra) que pudiera pensar útil para su salvación. En este sentido, la ley tiene además el objetivo de dejar totalmente desprovisto al hombre de su confianza en sí mismo, llevándolo literalmente a la zona de la desesperación (cf. Lc. 12:4ss). Esto es lo que Lutero también subrayó necesario entender para un entendimiento cabal en la discusión del monergismo divino.  Bien escribió Matthew Barrett:

“Mientras él (el hombre] esté convencido de que puede hacer lo más mínimo para su salvación, conserva cierta confianza en sí mismo y no desespera por completo de sí mismo, y por tanto, no es humillado ante Dios, sino que supone que hay —o al menos espera o desea que pueda haber— algún lugar, tiempo y trabajo para él, por el cual alcanzará finalmente la salvación” (Lutero en Barrett 2018:332).

Nada hay que pueda hacer el hombre para su propia salvación, y, cuando el pecador logra realmente comprenderlo a la luz de la eternidad, a la luz del inminente juicio de Dios sobre él que está literalmente como la espada de Damocles sobre su cabeza, entonces la ley ha hecho su más profundo trabajo: llevarlo a la desesperación espiritual más saludable que tendrá en su vida. Así, la primera señal de que el incrédulo está en el camino correcto después de haber sido arado con la ley, es cuando finalmente entiende que nada puede hacer por sí mismo, sino que todo, absolutamente todo lo referente a la salvación, viene de la de Dios y Su decisión. Dicho en otras palabras, y como bien lo ha captado Barrett: “…el hombre debe enfrentarse con el hecho de que él depende total y absolutamente de la gracia y misericordia de Dios y no puede hacer nada, ni lo más mínimo, para salvarse.” (Barrett 2018:322). Sin embargo, debemos tener siempre en cuenta  —y especialmente en la tarea evangelizadora— que en la comunicación del evangelio a los incrédulos, estaremos todo el tiempo  frente a la constante latencia de la resistencia humana frente a este escenario de degradación, cuestión que también Lutero previo, señalando que para los hombres es común resistirse a una visión tan humillante de sí mismos. Por ello,  y en dicho kilómetro de esta catarsis saludable, el evangelizador no debe aguar el remedio, sino, finalmente confiar dicho final al poder del evangelio (1 Cor. 1:18-24), a esa altura, en manos del Espíritu Santo quien es el único que puede llevar a quien por un lado desespera como quien resiste, a puerto salvífico (cf. Job. 33:4; Sal. 104:30; Jn. 3:5,8; 6:63; Rom. 8:2). Sin embargo, no debemos pensar por ningún motivo que este enfoque de la ley es demasiado duro o, poco amoroso, no. Fue Dios mismo quien nos proveyó Su ley con tal utilidad (1 Tim. 1:8) para que el hombre pueda caer de rodillas ante quien puede  salvarle por Su gracia en base a la obra perfecta de Cristo (Rom. 5:8-9; 1 Ped. 3:18)  frente a la total incapacidad del pecador. Debe pensar entonces el incrédulo, —y a través de nuestra persuasión— que si no se vuelven a Dios: “A su tiempo su pie  resbalará” (Deut. 32:35). Sí, la expresión que Jonathan Edwards (1703-1758) usó en su gran sermón del 8 de julio de 1741, en Enfield, Connecticut, “Pecadores En las manos de un Dios airado.” Una verdad escritural que vemos también en otras referencias que nos revelan que el juicio de Dios está ad portas (Rom. 2:5; Jn. 3:18,36), en especial, a las puertas de los incrédulos, perversos, soberbios y arrogantes (Sal. 73:1,3). Juicio que desde el punto de vista de Dios,  ya estaba en progreso: “Ciertamente los has puesto[[2]] en deslizaderos…” y añade: “¡Cómo han sido[[3]] asolados de repente! (Sal. 73:18a, 19), lo cual el salmista después de cierto sufrimiento y un proceso de iluminación de parte de Dios, comprendió (Sal. 73:17). Por nuestra parte, —y como ya señalamos— no debemos pensar que esta verdad escritural es una desgracia a los oídos de los incrédulos, por el contrario,  es gracia. Dicho en otras palabras, el pecador en tal condición presente de pecaminosidad  debería de facto[4] ser fulminado, y aun más, ipso facto (cf. Lam. 3:22s). Sin embargo, la razón por la que no ha caído aún, —y ni cae ahora mismo— es solo porque el tiempo señalado por Dios no ha llegado, no el día formal de juicio (Hec. 17:30-31), sino, el día y la hora específica que Dios corta la vida del  hombre (cf. 1 Sam. 2:6-7; Ecle. 2:16), el comienzo fatal del final. Esto, sigue siendo gracia. En tal día, el día donde la muerte los encuentre   —como escribiera notablemente Edwards—  Dios no los seguirá sosteniendo   más, sino que los soltará, y entonces, en ese mismo instante, caerán a su destrucción, tal como aquel que anda en un terreno en declive y resbaloso al borde de un abismo y no puede sostenerse solo (Edwards 2013:3). Un buen ejemplo persuasivo evangelical de lo anterior para nosotros, es sin duda el siguiente extracto del mensaje de Jonathan Edwards en “Pecadores en las manos de un Dios airado”, que Edwards usó en sus días para confrontar a aquellos que estaban sin Cristo, un argumento totalmente vigente para el pecador de nuestro siglo.

«Ese mundo de sufrimiento, ese lago de azufre ardiente, se extiende debajo de ti. Allí está el espantoso abismo de las llamas abrasadoras de la ira de Dios; allí está la boca inmensa del infierno abierta de par en par y tú no tienes nada que te sostenga, nada a lo cual aferrarte; no hay nada más que aire entre tú y el infierno. Es solo el poder y la simple voluntad de Dios que te impide caer. Es posible que no estés consciente de esto, sabes que no estás en el infierno, pero no ves la mano de Dios en ello, sino que dependes de otras cosas, como ser tu buena salud, el hecho de que te cuidas y los medios que usas para tu subsistencia. Pero la realidad es que estas cosas no son nada; si Dios retirara su mano, esas cosas no impedirían que cayeras, tal como el aire no puede sostener a alguien suspendido de él. Tu iniquidad te hace, por así decirlo, pesado como el plomo y te haría caer con gran peso y presión hacia el infierno, y si Dios te soltara, te hundirías inmediatamente, cayendo velozmente en el abismo sin fondo; y tu buena salud, el hecho de que te cuides y los medios usados para tu subsistencia, y toda tu justicia y rectitud no tendrían ninguna influencia para sostenerte e impedir que caigas al infierno, tal como una tela de araña no puede detener una roca al caer. De no ser por la voluntad soberana de Dios, la tierra no te sostendría ni un instante porque eres una carga para ella. […] el aire no te da voluntariamente el aliento para mantener en ti el hálito de vida mientras pasas tu vida sirviendo a los enemigos de Dios [...] Las sombrías nubes de la ira de Dios flotan ahora directamente sobre tu cabeza, llenas de terribles tempestades y truenos, y de no ser por la mano restringente de Dios irrumpirían inmediatamente sobre ti. La voluntad soberana de Dios por ahora detiene el ventarrón, de otra manera llegaría con furia, y la destrucción llegaría como un remolino y sería como la paja del suelo trillado del verano. La ira de Dios es como aguas caudalosas que están refrenadas por ahora; pero aumentan más y más, y suben más y más, hasta que se les da salida, y cuanto más se les deja subir, con más velocidad y poder será su corriente cuando por fin se sueltan. Es cierto que el juicio contra tus obras perversas no se ha ejecutado todavía, los diluvios de la venganza han sido retenidos, pero mientras tanto, tu culpa aumenta constantemente, día tras día va juntando más ira y no es sino por la simple voluntad de Dios que detiene las aguas que no quieren ser detenidas y presionan fuertemente para salir. Si Dios tan solo retirara su mano de la compuerta, se abriría inmediatamente, y los feroces diluvios del furor y la ira de Dios arremeterían con una furia inconcebible, y caería sobre ti con poder omnipotente, y si tu fuerza fuera diez mil veces mayor de lo que es, hasta diez mil veces mayor que la fuerza del diablo más poderoso en el infierno, no sería nada para detenerla o resistirla […] Así que todos ustedes que nunca han pasado por un gran cambio de corazón, realizado por el gran poder del Espíritu de Dios sobre sus almas, todos los que nunca han nacido de nuevo, ni han sido hechas nuevas criaturas, ni han sido levantados de la muerte del pecado a un nuevo estado se encuentran en las manos de un Dios airado. Aunque hayan reformado muchas cosas en su vida y muchos hayan sentido afecto por la religión y pueden conservar una forma de religión en sus familias, hogares y en la casa de Dios, no es más que por su pura voluntad que impide que sean este mismo momento tragados en una destrucción eterna. No importa lo poco convencidos que estén ahora de la verdad que oyen, a su tiempo estarán plenamente convencidos de ella. Los que han partido estando en las mismas circunstancias en que se encuentran ustedes, testifican que así fue con ellos, porque la mayoría de ellos sufrió una destrucción repentina e inesperada mientras creían que vivían tranquilos y seguros. Ahora comprueban que esas cosas de las que dependían para su paz y seguridad, no eran más que un soplo y una sombra vacía. El Dios que te mantiene sobre el abismo del infierno, muy parecido a como uno sujeta una araña o un insecto repugnante sobre el fuego, te aborrece y está enardecido; su ira contra ti arde como fuego; te considera indigno de otra cosa que no sea ser echado en el fuego, sus ojos son tan puros que no aguantan mirarte, eres diez veces más abominable a sus ojos que la peor serpiente venenosa es a los nuestros. Tú lo has ofendido infinitamente más que cualquier rebelde obstinado lo haya hecho contra su gobierno, y sin embargo no es otra cosa que su mano lo que te detiene de caer en el fuego en cualquier momento. Es solo por eso y ninguna otra cosa que no te fuiste al infierno anoche, que pudiste despertar una vez más en este mundo después de haber cerrado tus ojos para dormir, y no hay ninguna otra razón sino la mano de Dios, por la cual no has caído en el infierno desde que te levantaste esta mañana. No hay otra razón, fuera de su misericordia, que mientras lees este escrito, en este mismo momento, no caes en el infierno. ¡Oh pecador, considera el terrible peligro en que te encuentras! Es un gran horno de ira, un abismo ancho y sin fondo, lleno del fuego de ira, el que tienes debajo al ser sostenido por la mano de ese Dios cuya ira has provocado y encendido tanto como lo hicieron muchos de los condenados en el infierno. Cuelgas de un hilo, con las llamas de la ira divina flameando alrededor y amenazando quemarlo en cualquier momento; y no obstante, no tienes interés en ningún Mediador, y nada de qué agarrarte para salvarte, nada para escapar de las llamas de la ira, nada que sea tuyo, nada de lo que has hecho, nada que puedas hacer para convencer a Dios que te libre, aunque sea por un instante.» (Edwards 2013:7).




[1] Nótese la persuasión que Jonathan Edwards hacía a sus oyentes tocante a este tema: “Es posible que no estés consciente de esto, sabes que no estás en el infierno, pero no ves la mano de Dios en ello, sino que dependes de otras cosas, como ser tu buena salud, el hecho de que te cuidas y los medios que usas para tu subsistencia. Pero la realidad es que estas cosas no son nada; si Dios retirara su mano, esas cosas no impedirían que cayeras, tal como el aire no puede sostener a alguien suspendido de él.” (Edwards 2013:8-9). Un buen recurso sobre este tema, es “¿Qué ha pasado con el infierno”? de John Blanchard, editorial Peregrino. Habitualmente las personas rechazarán la idea de un Dios que envía personas al infierno.  Así por ejemplo: “Que una criatura consciente sufra una tortura física y mental durante un periodo interminable […] es indescriptiblemente horrible y perturbador y la idea de que tal tormento sea infligido deliberadamente por un mandato divino es totalmente incomparable con el concepto de Dios como amor infinito.” (Hick en Blanchard 2002:221, véase páginas  221-224). Martin R. De Haan  pregunta respondiendo a la objeción anterior habitual: «¿Por qué alguien tan bueno y amoroso como Cristo pasó tanto tiempo advirtiéndonos acerca del “fuego que nunca se apagará”, un lugar de “lloro y crujir de dientes”? ¿Por qué habló más de los fuegos del infierno que de los goces del cielo?» (De Haan 2009:2).  Véase también,  lección 34 “El infierno eterno” en “Escatología II”, de la serie “Curso de Formación Teológica Evangélicas”  número 9  por Francisco Lacueva.  
[2] Como es propio de la retórica del AT, en heterosis verbal  la inminencia del juicio divino  se presenta como un hecho realizado. «“Los has” puesto»RV60. Hb. תָּשִׁ֣ית  (tashít) qal imperfecto del verbo   שִׁית(shít) “colocar”, “ubicar”, “situar”,   lit.: “colocas”, como RV95, “los pones”, así,  como una acción (no acabada) aun actual o presente, como: “Sí, tú los pones en un terreno resbaladizo y los precipitas en la ruina.” (Sal. 73:18 LPD).  La LXX usa ἐγένοντο (egénonto) aor.mid.ind.pl. de γίνομαι (gínomai) “fueron”, que retoma la idea de la heterosis verbal.
[3] El texto hebreo dice  הָי֣וּ לְשַׁמָּ֣ה כְרָ֑גַע   אֵ֤יךְ (eyj háyu leshammáh kerágats) lit.: “!Cómo fueron desolados en un momento!”
[4] Notable en este sentido, es el siguiente cometario de Edwards. “El hecho de que la muerte no sea algo visible, no es, en ningún momento, ninguna seguridad para los impíos. No es ninguna seguridad para el hombre natural el hecho de que ahora goce de buena salud, ni que no contemple la posibilidad de partir de este mundo inmediatamente por algún accidente, ni el que no perciba ningún peligro en ningún aspecto en sus circunstancias presentes. Las multifacéticas y continuas experiencias de toda la humanidad prueban que el hombre se encuentra siempre al borde de la eternidad, de que su próximo paso puede ser a otro mundo. Las maneras invisibles e insospechadas de cómo las personas parten de este mundo son innumerables e inconcebibles. Los inconversos caminan sobre el abismo del infierno sobre una cobertura podrida, y hay incontables lugares en esta cobertura que son muy débiles e imperceptibles. Las flechas de la muerte vuelan al mediodía y ni la vista más aguda las puede discernir. Dios tiene tantas maneras diferentes y inexplicables de sacar a los impíos de este mundo y de mandarlos al infierno, que nada hay que haga parecer que Dios necesita depender de un milagro, o que debe cambiar el curso normal de su providencia para destruir en cualquier momento al impío que quiera. Todas las maneras como los pecadores pueden partir de este mundo están tan en las manos de Dios, tan universal y absolutamente sujetas a su poder y determinación, que no depende de nada que no sea sencillamente la voluntad de Dios el que los pecadores se vayan en cualquier momento al infierno, o que todavía sigan aquí.” (Edwards 2013:7).