Por J.A. Torres Q.
Muchos estudiosos han clasificado las cartas
novotestamentarias bajo la categoría de retórica cristiana, la cual relacionan con las distinciones que Aristóteles
(384-322 a.C.) hizo en su libro el "Arte de la Retórica" y sus principios de persuasión. Aunque esto no pasa de ser más que una hipótesis, hay una cuestión cierta, tanto los discípulos
como los apóstoles nacieron en un contexto en donde la retórica aristotélica no
solo era conocida, sino que también, era practicada (cf. Hec. 17:16-21). Así, no han sido pocos[1]
los que han dicho que Pablo también se valió de la retórica aristotélica en sus
escritos. Cuestión que se deriva de la triple clasificación que Aristóteles
tenía de los discursos retóricos (deliberativo/forense/epideictico). Si bien es cierto, estos tres tipos de enfoque
discursivos fueron una manera de orientar el discurso macro, las fórmulas de
persuasión siguieron tres diferentes caminos. Así, el camino del ethos,
el del pathos y el de logos; y, haciendo una aplicación contemporánea
de estos conceptos antiguos, el ethos
se refiere a la credibilidad del orador, camino que sugiere la pregunta: ¿Por
qué la audiencia debería creer lo que dice
el orador? Así, el camino del ethos se anticipa a dar muestras de credibilidad,
no solo con respecto a lo que dice, sino también, a la veracidad de sus
anuncios. El segundo, el camino del pathos, se refiere a la persuasión
de las emociones, el enfoque de apelar a las emociones de los oyentes para con
ello, capturar la atención y aprobación perlocutiva (que lleguen a actuar de facto por medio de dicho camino persuasivo). Finalmente,
el camino de logos, el que implica la lógica y el razonamiento, así, el orado que apela a la razón y espera perlocución por medio de argumentos elaborados racionales exhibidos. Si duda
estos aspectos han estado desde el comienzo de la retórica y la relación
orador-asamblea, esto, porque siempre y de algún modo han existido las tres clases de personas
correspondientes para cada uno de estos enfoques. Así, haciendo una aplicación eclesiástica.
Siempre han existido personas que más que el razonamiento lógico, o la apelación
a las emociones, esperan credibilidad de parte del orador. No les basta otra
cosa. También ha habido y hay personas esencialmente emocionales (Judas les
llama sensuales), que de algún modo la asamblea llega a ser un lugar terapéutico,
más cuando el orador logra ser pathológico. De hecho, este es el oxigeno
cúltico que respiran. La doctrina entonces,
no importa mucho. Así, pueden pasar
toda una vida en una asamblea sin ser jamás
estimulados racionalmente y muchos menos,
ver ellos mismos la necesidad de una estimulación lógica de la fe. Y, finalmente, están los lógicos
que solo se estimulan cuando sus mentes son puestas a trabajar por medio de la lógica
oratoria, por medio de una ponencia académica, por medio de una oratoria que
produzca en ellos una sinapsis iluminativa
racional.
¿Cuál
es la retórica —si se le puede llamar así— escritural? La respuesta es
relativamente sencilla. Las tres. De algún modo "reformado", sin duda, las tres están presentes. Y tanto para los oradores, como para los
oyentes. En cuanto a los oradores, Pablo dijo que los siervos de Dios solo eran
eso, “siervos” (esclavos), y que si había un requerimiento moral esencial en
estos, debe ser la fidelidad a Dios (1
Cor. 4:1), de allí, la integridad y honestidad que se exige de estos (1 Tim.
3:1ss). Los tesalonicenses reconocieron esto en Pablo y su equipo pastoral. Por
ello el apóstol no dudó decir a estos: “Porque nunca usamos de palabras lisonjeras…”,
añadiendo, “…vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente
nos comportamos con vosotros…” (1 Tes. 2:5,10 cf. [2:6-9]). Segundo,
—que incluye a ambos orador, receptores— Pablo
escribió: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional.” (Rom. 12:1). La esencia del culto cristiano y la dinámica de este, sigue el camino racional. Pablo usa aquí la frase λογικὴν λατρείαν (logikèn latreían) que literalmente
significa “culto lógico”. Pero, no solo el culto debe ser lógico o racional, también
la instrucción cristiana demanda una actividad constante por este camino. Por ejemplo,
la palabra habitual para “doctrina” en el NT es διδασκαλίαις
(didaskalíais) que se traduce literalmente
como “instrucción”, esta demanda una dinámica
racional constante, porque justamente, la iglesia debe crecer en una fe racional
(Rom.
12:7; 1 Tim. 4:13; 6:3), y, la presencia de mala didaskalía
(cf. Mt. 15:2, 3,11; Tit. 1:9; 2:1) incluye necesariamente también, la constante de la racionalidad para una ortodoxia fiel. Sin embargo, en la fe bíblica, la racionalidad no lo es todo, también
Dios requiere el involucramiento de las emociones. Marcos
12:30 declara por boca del mismo Señor: “Y amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. Este es el principal
mandamiento.” La fidelidad a Dios no solo incluye entonces la mente, las
fuerzas y el corazón, incluye el asiento almático donde se encuentran todas
las emociones. Sin embargo, no es emocionalismo lo que pide Dios, sino, y en palabras
de Jonathan Edwards, afectos religiosos,
y con esto Edward se refirió a las verdaderas emociones cristianas derivadas
de un corazón regenerado en contra posición al emocionalismo carnal. Pedro nos muestra el camino cuando escribe: “…a quien amáis sin haberle visto, en quien
creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso…”
(1 Ped. 1:8). Cristo es suficiente para el gozo del
cristiano, este es el mensaje conciso de este versículo. Bien añadió Edwards:
«¿Quien puede negar que
la verdadera religión tenga como ingrediente fundamental las emociones, esas
acciones vigorosas y enérgicas de la voluntad? La religión que Dios requiere
no consiste de emociones debiluchas, pálidas, y sin vida que escasamente
logran desalojarnos de la apatía. En su palabra Dios insiste en que seamos
serios, espiritualmente enérgicos, teniendo nuestros corazones vigorosamente
comprometidos con el cristianismo. Tenemos que ser "fervientes en
espíritu, sirviendo al Señor" (Romanos 12:11). "Ahora, pues,
Israel, ¿que pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que
andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo
tu corazón y con toda tu alma?" (Deuteronomio 10:12). "Oye, Israel:
Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu
corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas" (Deuteronomio
6:4-5). Esta participación viva y vigorosa del corazón en la verdadera
religión viene como resultado de la circuncisión espiritual, o regeneración,
a la cual pertenecen las promesas de la vida. "Y circuncidara Jehová tu
Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu
Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas"
(Deuteronomio 30:6).» (Edward [s/a]:7)
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En consecuencia,
aunque el ethos, el pathos y el logos no son conceptos que
emanen de las Escrituras para un modelo retórico desde el púlpito, ni tampoco parámetros novotestamentarios
a elegir a la hora de exponer, no deben descartarse en relación a la audiencia
que tenemos, sin embargo, en cuando a la ética del orador (predicador), las Escrituras
tiene otros parámetros a los cuales debemos ceñirnos (cf. 1 Tim. 3:1ss; 4:16; 5:17; 2 Tim.
2:15; 3:14-17; 4:1-5).
Datos bibliográficos
Beyer, Hartmut 2009. Carta a los Gálatas. Las Palmas de Gran Canaria, España: Mundo Editorial.
Edwards, Jonathan [s/a]. Los afectos religiosos, la verdadera experiencia cristiana
Green, Eugenio.
1 y 2 Tesalonicenses. Grand, Rapids, MI: Portavoz.
[1]
Green menciona a Steve Walton, en “What Has Aristotle to do with Paul?
Rhetorical Criticism and 1 Thessalonians”; Frank Witt Hughes, en “Early
Christian Rhetoric and 2 Thessalonians”; Jewett, en “The Thessalonian
Correspondence”; Wanamaker, en “The Epistles to the Thessalonians”. Y añade,
desde la antigüedad se ha reconocido que Pablo utiliza elementos retóricos a
nivel sintáctico como el clímax o el gradatio en Romanos 5:-5,
por ejemplo (Green 2000:89 nota 336).
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