Por
J.A. Torres Q.
Imagen de una de las vidrieras de la “Iglesia
del Recuerdo”, Espira, Alemania.
Introducción
No
son pocos —mayormente hoy— quienes a caballo de este epíteto (protestantes) creen
que la iglesia evangélica cristiana debe seguir siendo en todas las áreas del quehacer una iglesia que protesta, porque
justamente, históricamente se le llama: la iglesia “protestante”, o sea, la iglesia que reclama por sus
derechos, incluyendo en ellos los derechos “sociales”; en efecto, muchos no dudan vociferar hoy: ¡Estamos protestando contra la “injusticia social”, porque la iglesia
evangélica es por naturaleza “protestante”! Sin embargo, ¿tiene este término histórico
una relación conducente a las “protestas”
cívicas de hoy? ¿Es este término en sí, un llamado a la iglesia a involucrarse
en cualquier “protesta”? ¿Tiene alguna relación la “protesta” histórica escrita de los príncipes alemanes en Espira,
con la “protesta” teológica paralela de Lutero en Wittenberg? Quien responde sí
a estas preguntas no solo comete los
errores propios del anacronismo histórico, sino también con ello, las conclusiones hermenéuticas erradas de dicho anacronismo. Sin embargo, para entender el por qué
esta falsa relación no justifica un llamado
beligerante a protestar por cualquier cosa hoy —aparte de las claras enseñanzas
del NT— es necesario entender la historia del término en su contexto histórico
y coyuntural, para comprender la legitimidad de los alcances ortodoxos del término.
Datos específicos
En
primer lugar, el término “protestantes” no fue un apelativo “esencialmente” derivado de la queja de los reformadores en contra de los
abusos de la Iglesia Católica emanados de la venta de las indulgencias. El término,
en términos precisos se derivó a causa de
un documento escrito presentado por seis príncipes alemanes y catorce
ciudades libres alemanas que se adhirieron y simpatizaron con Lutero y la
Reforma en contra del “Sacro (católico) Imperio Romano Germánico”, documento escrito presentado el
19 de abril de 1529 para “protestar” en contra del edicto del Emperador Carlos
V que negaba la libertad
religiosa con el fin de reprimir al movimiento de la Reforma iniciada por Martín Lutero
(1483-1546) el año 1517 y con ello, la insurrección de los príncipes al
dominio imperial por medio del emperador (Carlos V [1500-1558]) y la religión
oficial del mismo imperio ejercida por el Papa de la época, León X (1475-1521).
Segundo,
aunque la iglesia y el estado estaban unidos, los reformadores no fueron los
que encabezaron los reclamos “políticos”, sino, los laicos a través de los
príncipes alemanes que vieron en la
Reforma y el reclamo “religioso” una
oportunidad de alianza cobeligerante. Por un lado, la queja reformada se
expresó a través de las 95 tesis teológicas de Lutero, y por otro, la carta de protesta de
Espira presentada por los príncipes alemanes del que derivó el nombre “protestantes”, grupo que se adhirió a los reformadores a través de la queja política de independencia territorial, con implicancias
religiosas, entre estas, la libertad de culto.
Datos históricos coyunturales
Fue
el año 1521 —cuatro años después de la “insurrección” de Lutero 1517— que el Papa León X excomulgó a Lutero a través del Edicto de Worms que declaraba a
Lutero prófugo y hereje prohibiendo
todas sus obras como una medida política para exterminar al movimiento que se
había levantado para cuestionar la doctrina católica y el “patriarcado”
religioso del Papa sobre todo el imperio y de Carlos V como el supremo
“político” del imperio. Específicamente el epíteto “protestantes” surgiría el año 1524, cuando Carlos V dominaba gran parte de Europa, régimen del que también surgieron las
políticas de expansión que llevó a Pedro de Valdivia (1497-1553) a América como parte de
las políticas principales de Carlos V: restaurar un imperio cristiano
“católico” universal unido y dirigido en
lo religiosos por el Papa, pero en lo político por el emperador: Carlos V.
Sin
embargo, tal política y ambición
imperial se vería en grave peligro por tres causas concomitantes que atentaban
contra dicho propósito: 1) Francisco I, —emperador de Francia— quien apareció
en escena para pelear la hegemonía mundial
de aquellos días en control de Carlos V; 2) el imperio Otomano (los turcos) a
través de Solimán “el Magnífico” quien
también quería arrebatar el poder del emperador en Europa; y 3)
el “nuevo” grupo de insurgentes encabezados por Lutero que se había
levantado en Alemania y que se estaba expandiendo por Europa. Movimiento que
atacaba directamente la cohesión monopólica
del imperio no solo en lo
religioso, sino también en lo político en vista que Estado e Iglesia en
aquellos días fungían juntos el poder mundial. De allí el nombre: “Sacro (católico) Imperio
Romano Germánico.”
Frente
a estos peligros para la monarquía
española encabezada por Carlos V
y las tensiones preliminares que
había provocado Lutero en Wittenberg, el
emperador quiso poner paños fríos a la situación con el propósito de por las
“buenas” volver el cauce
“revolucionario” nuevamente a la sumisión del rey y el Papa. Así, y bajo esta
idea convocó una reunión en la
ciudad de Espira (Alemania) el año 1526 en la que resolvió dar cierta libertad de culto a
los seguidores de Lutero a través de una suspensión “amable” del Edicto de
Worms (1521 en contra de Lutero) que por supuesto, no solo reprimía a Lutero, sino a cualquier “sedicioso” frente
al emperador. Por supuesto, tal
instancia política incluía cierto tenor extorsivo en contra de Lutero y el movimiento evangélico porque no
solo venía a reprimir al movimiento evangélico per se: exigía fidelidad
“política” a costa de la abdicación de todos aquellos que estaban apoyando la
escisión de Lutero. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Carlos V por
ahogar el movimiento, —contrariamente a
la intención imperial— se potenció y fue un incentivo para los príncipes y
nobles alemanes que vieron en Lutero —quien tenía una “causa teológica” moral—
la coyuntura precisa para por medio de una “causa política” añadida, desligarse
y finalmente separarse de la regencia del imperio y de los males
políticos-religiosos del “Sacro (católico) Imperio Romano Germánico.”
Sin
embargo, Carlos V al ver que su política de unidad había sido un fracaso, en
1529 volvió a convocar a la dieta
imperial en Espira, instancia que se reunieron nuevamente representantes laicos
y clericales evangélicos, pero también católicos para dejar sin efecto la tregua del año 1526
y restablecer el Edicto de Worms con la intención de acabar definitivamente con el luteranismo e
imponer nuevamente el catolicismo en
Alemania, que estaba siendo abandonado por Lutero y sus seguidores, apoyados
por una cantidad importante de príncipes alemanes. Por supuesto, tal reunión tampoco tuvo el resultado que Carlos V esperaba; y justamente, fue en este contexto
coyuntural en el que varios príncipes alemanes unidos bajo lo que se denominó
la “Liga de Esmalcalda” redactaron, firmaron y enviaron una carta en “forma de
protesta” en contra de la intención de Carlos V de supeditar a tales príncipes
que adherían al luteranismo a la supremacía imperial bajo Carlos V
y el Papa a través de la imposición de la religión católica. Tal documento se le llamó, "la protesta
de Espira" del año 1529, del que devino el apelativo de “protestantes”.
Ahora
bien, cabe señalar que el reclamo de los
príncipes alemanes estimulada por Lutero y la Reforma, se re-direccionó por un
camino diferente al reclamo de los
“reformadores”, esto, para defender sus territorios y la independencia de tales
comarcas de los abusos del imperio que ya esos días, incluía no solo la imposición del
catolicismo a través del propio Carlos
V, sino también, a través de la reacción de ala religiosa imperante del
imperio: la Iglesia Católica, la que convocó una instancia en contra de la reforma
a través del "Concilio de Trento" (1547), que por supuesto, Lutero y los
evangélicos como también los príncipes
protestantes alemanes, jamás reconocieron,
lo cual llevó a Carlos V a tomar las armas en contra de una sublevación que ya
no iba a abdicar por medio del debate teórico a través del papel; esta medida
de Carlos V concretamente devino en la
guerra de Esmalcalda llevada a cabo justamente en la ciudad alemana del mismo
nombre, con el propósito ulterior de aplastar a la Liga protestante de
Esmalcalda: la unión de príncipes alemanes “protestantes”.
Cabe
señalar que la “Liga de Esmalcalda” fue esencialmente creada por Felipe I de Hesse (1504-1567) y
Juan Federico (1503-1554), Elector (político) de Sajonia, ambos, agentes laicos
que simpatizaban con la Reforma por intereses político libertarios. Por estas razones, se le añadieron los nobles
y príncipes de otras localidades en Alemania como Anhalt, Bremen,
Brunswick-Luneburgo, Magdeburgo, Mansfeld, Estrasburgo, Ulm, Constanza,
Reutlingen, Memmingen, Lindau, Biberach an der Riss, Isny im Allgäu y Lübeck.
Ahora bien, aunque la “Liga protestante”
no nació con un propósito esencialmente bélico-beligerante, sino
simplemente defensivo-represivo, a los ojos de Carlos V fue una declaración de
guerra al imperio de forma directa por el apoyo directo que estos dieron a la Reforma luterana y
su rechazo a las políticas arbitrarias del propio Carlos V y el Papa.
Estos
fueron en términos generales los hechos que llevaron finalmente a Carlos V
primero, a convocar una nueva dieta en
Augsburgo para aplacar por última vez y por
“las buenas” al movimiento “protestante” unido, instancia en que los
protestantes presentaron las
“Confesiones de Augsburgo” redactada por un teólogo llamado Philipp Melanchthon
(1497-1560) entre otros, y firmada por
el grupo de príncipes disidentes
encabezados por Johann de Beständige (Duque de Sajonia), y Felipe I de
Hesse (entre otros) documento confesional considerado uno de los textos básicos
del protestantismo del siglo XVI. Es
bajo este contexto crítico coyuntural que Carlos V finalmente recurrió a la
última medida para subyugar al movimiento. Una medida que le llevó a tomar las
armas para someter por la fuerza al
movimiento protestante a través de la formación de una contra liga que se
llamó: “La Liga de Núremberg”. Fue de
esta manera que Carlos V obtuvo el triunfo en la batalla de Mühlberg que tuvo lugar el 24 de
abril de 1547 en contra de la “Liga de
Esmalcalda”, la coalición de príncipes protestantes. Sin embargo, esta gran
Victoria de Carlos V realmente fue un triunfo agrio, porque el emperador católico no pudo frenar el
protestantismo.
Cabe
señalar que fue la “guerra de los príncipes” del año 1552 —cinco años después de la de Esmalcalda— que
a través del “tratado de Passau” quedó finalmente garantizaba la “libertad de culto” de los
protestantes en Alemania; y tres años
después, con la “paz de Augsburgo” se llegó definitivamente a un acuerdo entre católicos y protestantes
en la que se obtuvo la “paz religiosa” basados en acuerdos y derechos de
libertad para las localidades alemanas,
instaurándose así el principio de “Cui Regio Eius Religio”, frase latina que vino a capitular que cualquier príncipe
alemán quedaba libre de instituir la
religión (católica o protestante) que escogiere para sus súbditos. Una
traducción posible en castellano de esta frase sería: «según sea la del rey,
así será la religión [del reino]»; o más literalmente: «de quien rija, la
religión» o «a tal rey, tal religión» o «de quien [es] la región, de él [es] la
religión». De esta manera Alemania quedó
dividida entre la parte protestante (norte-este) y la parte católica (sur-oeste), hechos que acrecentaron el desarrollo posterior de las iglesias
reformadas por toda Europa.
Conclusión
¿Tiene
este término histórico entonces una relación conducente a las “protestas” cívicas de hoy,
mayormente enarboladas bajo el concepto humanista de la "justicia social"? Repuesta: no, no tiene ninguna relación.
¿Es este término en sí, un criterio a la iglesia a involucrarse en cualquier “protesta”
entonces? Respuesta: no, la historia en sí, no es el criterio rector de la iglesia,
sino, las Escrituras. ¿Tiene alguna relación la “protesta” histórica escrita de los príncipes alemanes en Espira,
con la “protesta” teológica paralela de Lutero en Wittenberg? Respuesta: sí,
pero, si bien es cierto, hubo una cobeligerancia entre los reformadores y los príncipes
alemanes, los reformadores se remitieron a denunciar los desvíos "teológicos" del
clero de la Iglesia Católica; sin embargo, quienes propiciaron específicamente el término “protestante”, fueron esencialmente los príncipes alemanes (laicos) que "protestaron" por los aspectos
políticos del conflicto que por supuesto, incluían los aspectos religiosos de libertad confesional. Dicho en otras palabras, no solamente las circunstancias
fueron únicas, sino que también la “protesta” de los reformadores estaba enfocada
específicamente en la urgente necesidad de la salud espiritual de los hombres de
aquella sociedad, no en aspectos sociales. En términos teológicos, los reformadores
se preocuparon por lo espiritual y Dios cambió las otras circunstancias políticas adversas.
En consecuencia, nuestro papel protestante hoy, nada tiene que ver con
enarbolar banderas de la “justicia social”, sino, con la justicia que viene por medio de la fe en
Cristo. La "justicia imputada" que urgentemente todo hombre necesita hoy (Rom.
3:21-26); por esto deben conocernos los hombres, por ser agentes de reconciliación
evangelical. Dios nos ayude a asumir cada día más esta responsabilidad (2 Cor. 5:14-20).
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