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jueves, 31 de octubre de 2019

¿Por qué “protestantes”? Una necesaria aclaración


Por J.A. Torres Q.


Imagen de una de las vidrieras de la “Iglesia del Recuerdo”, Espira, Alemania. 

Introducción


No son pocos —mayormente hoy— quienes a caballo de este epíteto (protestantes) creen que la iglesia evangélica cristiana debe seguir siendo en todas las  áreas del quehacer una iglesia que protesta, porque justamente, históricamente se le llama: la iglesia  “protestante”, o sea, la iglesia que reclama por sus derechos, incluyendo en ellos los derechos “sociales”; en efecto, muchos no dudan vociferar hoy: ¡Estamos protestando contra la “injusticia social”, porque la iglesia evangélica es por naturaleza “protestante”! Sin embargo, ¿tiene este término histórico una relación  conducente a las “protestas” cívicas de hoy? ¿Es este término en sí, un llamado a la iglesia a involucrarse en cualquier “protesta”? ¿Tiene alguna relación la “protesta” histórica  escrita de los príncipes alemanes en Espira, con la “protesta” teológica paralela de Lutero en Wittenberg? Quien responde sí a estas preguntas no solo comete  los errores propios del anacronismo histórico, sino también con ello, las conclusiones hermenéuticas erradas de dicho anacronismo. Sin embargo, para entender el por qué esta falsa relación  no justifica un llamado beligerante a protestar por cualquier cosa hoy —aparte de las claras enseñanzas del NT— es necesario entender la historia del término en su contexto histórico y coyuntural, para comprender la legitimidad de los alcances  ortodoxos del término. 

Datos específicos

En primer lugar, el término “protestantes” no fue un apelativo “esencialmente” derivado de la queja de los reformadores en contra de los abusos de la Iglesia Católica emanados de la venta de las indulgencias. El término, en términos precisos se derivó a causa de   un documento escrito presentado por seis príncipes alemanes y catorce ciudades libres alemanas que se adhirieron y simpatizaron con Lutero y la Reforma en contra del “Sacro (católico) Imperio Romano Germánico”, documento escrito presentado el 19 de abril de 1529 para “protestar” en contra del edicto del Emperador Carlos V que negaba la libertad  religiosa con el fin de reprimir al movimiento de la Reforma iniciada por Martín Lutero  (1483-1546) el año 1517 y con ello, la insurrección de los príncipes al dominio imperial por medio del emperador (Carlos V [1500-1558]) y la religión oficial del mismo imperio ejercida por el Papa de la época, León X (1475-1521).

Segundo, aunque la iglesia y el estado estaban unidos, los reformadores no fueron los que encabezaron los reclamos “políticos”, sino, los laicos a través de los príncipes alemanes que  vieron en la Reforma y el reclamo  “religioso” una oportunidad de alianza cobeligerante. Por un lado, la queja reformada se expresó a través de las 95 tesis teológicas de Lutero, y por otro, la carta de protesta de Espira presentada por los príncipes alemanes del que derivó el nombre “protestantes”, grupo que se adhirió a los reformadores a través de la queja política de independencia territorial, con implicancias religiosas, entre estas, la libertad de culto.  

Datos históricos coyunturales

Fue el año 1521 —cuatro años después de la “insurrección” de Lutero 1517—  que el Papa León X excomulgó a Lutero  a través del Edicto de Worms que declaraba a Lutero prófugo y hereje  prohibiendo todas sus obras como una medida política para exterminar al movimiento que se había levantado para cuestionar la doctrina católica y el “patriarcado” religioso del Papa sobre todo el imperio y de Carlos V como el supremo “político” del imperio. Específicamente el epíteto “protestantes” surgiría el año 1524, cuando  Carlos V  dominaba gran parte de Europa, régimen del que también surgieron las políticas de expansión que llevó a Pedro de Valdivia (1497-1553) a América como parte de las políticas principales de Carlos V: restaurar un imperio cristiano “católico”  universal unido y dirigido en lo religiosos por el Papa, pero en lo político por el emperador: Carlos V. 

Sin embargo,  tal política y ambición imperial se vería en grave peligro por tres causas concomitantes que atentaban contra dicho propósito: 1) Francisco I, —emperador de Francia— quien apareció en escena  para pelear la hegemonía mundial de aquellos días en control de Carlos V; 2) el imperio Otomano (los turcos) a través de Solimán “el Magnífico”  quien también quería arrebatar el poder del emperador en Europa;  y 3)  el “nuevo” grupo de insurgentes encabezados por Lutero que se había levantado en Alemania y que se estaba expandiendo por Europa. Movimiento que atacaba directamente la cohesión monopólica  del imperio  no solo en lo religioso, sino también en lo político en vista que Estado e Iglesia en aquellos días fungían juntos el poder mundial. De allí el nombre: “Sacro (católico) Imperio Romano Germánico.”

Frente a estos peligros para la monarquía  española encabezada por Carlos V  y  las tensiones preliminares que había  provocado Lutero en Wittenberg, el emperador quiso poner paños fríos a la situación con el propósito de por las “buenas”  volver el cauce “revolucionario” nuevamente a la sumisión del rey y el Papa. Así, y bajo esta idea  convocó una reunión en la ciudad de Espira (Alemania) el año 1526 en la que resolvió dar cierta libertad de culto a los seguidores de Lutero a través de una suspensión “amable” del Edicto de Worms (1521 en contra de Lutero) que por supuesto, no solo reprimía  a Lutero, sino a cualquier “sedicioso” frente al emperador. Por supuesto,  tal instancia política incluía cierto tenor extorsivo en contra de  Lutero y el movimiento evangélico porque no solo venía a reprimir al movimiento evangélico per se: exigía fidelidad “política” a costa de la abdicación de todos aquellos que estaban apoyando la escisión de Lutero. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Carlos V por ahogar el movimiento,  —contrariamente a la intención imperial— se potenció y fue un incentivo para los príncipes y nobles alemanes que vieron en Lutero —quien tenía una “causa teológica” moral— la coyuntura precisa para por medio de una “causa política” añadida, desligarse y finalmente separarse de la regencia del imperio y de los males políticos-religiosos del “Sacro (católico) Imperio Romano Germánico.”    

Sin embargo, Carlos V al ver que su política de unidad había sido un fracaso, en 1529  volvió a convocar a la dieta imperial en Espira, instancia que se reunieron nuevamente representantes laicos y clericales evangélicos, pero también católicos  para dejar sin efecto la tregua del año 1526 y restablecer el Edicto de Worms con la intención de  acabar definitivamente con el luteranismo e imponer nuevamente   el catolicismo en Alemania, que estaba siendo abandonado por Lutero y sus seguidores, apoyados por una cantidad importante de príncipes alemanes. Por supuesto, tal reunión tampoco tuvo el resultado que Carlos V esperaba; y justamente, fue en este contexto coyuntural en el que varios príncipes alemanes unidos bajo lo que se denominó la “Liga de Esmalcalda” redactaron, firmaron y enviaron una carta en “forma de protesta” en contra de la intención de Carlos V de supeditar a tales príncipes que adherían al luteranismo a la supremacía imperial  bajo Carlos V y el Papa a través de la imposición de la religión católica.  Tal documento se le llamó, "la protesta de Espira" del año 1529, del que devino el apelativo de “protestantes”.

Ahora bien, cabe señalar que el reclamo de  los príncipes alemanes estimulada por Lutero y la Reforma, se re-direccionó por un camino diferente al reclamo  de los “reformadores”, esto, para defender sus territorios y la independencia de tales comarcas de los abusos del imperio que ya esos días,   incluía no solo la imposición del catolicismo  a través del propio Carlos V, sino también, a través de la reacción de ala religiosa imperante del imperio: la Iglesia Católica, la que convocó una instancia en contra de la reforma a través del "Concilio de Trento" (1547), que por supuesto, Lutero y los evangélicos como también los  príncipes protestantes alemanes, jamás  reconocieron, lo cual llevó a Carlos V a tomar las armas en contra de una sublevación que ya no iba a abdicar por medio del debate teórico a través del papel; esta medida de Carlos V concretamente  devino en la guerra de Esmalcalda llevada a cabo justamente en la ciudad alemana del mismo nombre, con el propósito ulterior de aplastar a la Liga protestante de Esmalcalda: la unión de príncipes alemanes “protestantes”.   

Cabe señalar que la “Liga de Esmalcalda” fue esencialmente  creada por Felipe I de Hesse (1504-1567) y Juan Federico (1503-1554),  Elector  (político) de Sajonia, ambos, agentes laicos que simpatizaban con la Reforma por intereses político libertarios.  Por estas razones, se le añadieron los nobles y príncipes de otras localidades en Alemania como Anhalt, Bremen, Brunswick-Luneburgo, Magdeburgo, Mansfeld, Estrasburgo, Ulm, Constanza, Reutlingen, Memmingen, Lindau, Biberach an der Riss, Isny im Allgäu y Lübeck. Ahora bien, aunque la “Liga protestante”  no nació con un propósito esencialmente bélico-beligerante, sino simplemente defensivo-represivo, a los ojos de Carlos V fue una declaración de guerra al imperio  de forma directa por el apoyo directo que estos dieron  a la Reforma luterana y su rechazo a las políticas   arbitrarias del propio Carlos V y el Papa.

Estos fueron en términos generales los hechos que llevaron finalmente a Carlos V primero, a convocar una nueva dieta  en Augsburgo para aplacar por última vez y por  “las buenas” al movimiento “protestante” unido, instancia en que los protestantes presentaron  las “Confesiones de Augsburgo” redactada por un teólogo llamado Philipp Melanchthon (1497-1560) entre otros,  y firmada por el grupo de príncipes disidentes  encabezados por  Johann de  Beständige (Duque de Sajonia), y Felipe I de Hesse (entre otros) documento confesional considerado uno de los textos básicos del protestantismo del siglo XVI.  Es bajo este contexto crítico coyuntural que Carlos V finalmente recurrió a la última medida para subyugar al movimiento. Una medida que le llevó a tomar las armas  para someter por la fuerza al movimiento protestante a través de la formación de una contra liga que se llamó:   “La Liga de Núremberg”. Fue de esta manera que  Carlos V  obtuvo el triunfo en la  batalla de Mühlberg que tuvo lugar el 24 de abril de 1547 en  contra de la “Liga de Esmalcalda”, la coalición de príncipes protestantes. Sin embargo, esta gran Victoria de Carlos V realmente fue un triunfo agrio, porque  el emperador católico no pudo frenar el protestantismo.  

Cabe señalar que fue la “guerra de los príncipes” del año 1552   —cinco años después de la de Esmalcalda— que a través del “tratado de Passau” quedó finalmente  garantizaba la “libertad de culto” de los protestantes en Alemania;   y tres años después, con la “paz de Augsburgo” se llegó definitivamente  a un acuerdo entre católicos y protestantes en la que se obtuvo la “paz religiosa” basados en acuerdos y derechos de libertad  para las localidades alemanas, instaurándose así el principio de “Cui Regio Eius Religio”, frase latina  que vino a capitular que cualquier príncipe alemán quedaba libre de instituir  la religión (católica o protestante) que escogiere para sus súbditos. Una traducción posible en castellano de esta frase sería: «según sea la del rey, así será la religión [del reino]»; o más literalmente: «de quien rija, la religión» o «a tal rey, tal religión» o «de quien [es] la región, de él [es] la religión». De esta manera  Alemania quedó dividida entre la parte protestante (norte-este) y la parte católica (sur-oeste), hechos que acrecentaron el desarrollo posterior de las iglesias reformadas por toda Europa. 

Conclusión


¿Tiene este término histórico entonces una relación  conducente a las “protestas” cívicas de hoy, mayormente enarboladas bajo el concepto humanista de la "justicia social"? Repuesta: no, no tiene ninguna relación. ¿Es este término en sí, un criterio a la iglesia a involucrarse en cualquier “protesta” entonces? Respuesta: no, la historia en sí, no es el criterio rector de la iglesia, sino, las Escrituras. ¿Tiene alguna relación la “protesta” histórica  escrita de los príncipes alemanes en Espira, con la “protesta” teológica paralela de Lutero en Wittenberg? Respuesta: sí, pero, si bien es cierto, hubo una cobeligerancia entre los reformadores y los príncipes alemanes, los reformadores se remitieron a denunciar los desvíos "teológicos" del clero de la Iglesia Católica; sin embargo, quienes propiciaron específicamente el término “protestante”, fueron esencialmente los príncipes alemanes (laicos) que "protestaron" por los aspectos políticos del conflicto que por supuesto, incluían los aspectos religiosos de libertad confesional. Dicho en otras palabras, no solamente las circunstancias fueron únicas, sino que también la “protesta” de los reformadores estaba enfocada específicamente en la urgente necesidad  de la salud espiritual de los hombres de aquella sociedad, no en aspectos sociales. En términos teológicos, los reformadores se preocuparon por lo espiritual y Dios cambió las otras circunstancias políticas adversas. En consecuencia, nuestro papel protestante hoy, nada tiene que ver con enarbolar banderas de la “justicia social”, sino,  con la justicia que viene por medio de la fe en Cristo. La "justicia imputada" que urgentemente todo hombre necesita hoy (Rom. 3:21-26); por esto deben conocernos los hombres, por ser agentes de reconciliación evangelical. Dios nos ayude a asumir cada día más  esta responsabilidad (2 Cor. 5:14-20). 

 

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