martes, 5 de marzo de 2019

“No sé si soy llamado al presbiterio”, ¿es que necesitas de un llamado? ¿Debes anhelarlo?


Por J.A. Torres Q.



Pintura de Acuarela: "agricultor con ovejas y perro", por Adrianus Johannes Groenewegen (1874-1963)

No ha sido solo una persona quien me ha dicho que no está seguro si ha sido “llamado” al liderazgo de anciano.   Esto  me ha hecho pensar en esto del “llamado.”  Y claro, lo vengo escuchando  desde que tengo uso de razón. No es raro que las personas muchas veces se vean en conflicto con una designación no esperada, o, sin "sentirlo." Y por supuesto, la duda bajo esta manera de llegar al liderazgo surgirá tarde o temprano. Sí, soy anciano, pero, ¿me “llamó” realmente el Señor?   La contra pregunta a esta situación es sin duda, ¿debo esperar un “llamado”? ¿De qué se trata, de algún aviso celestial como ¡Samuel, Samuel!? ¿Debo sentir alguna clase de calor en el corazón? ¿Debo recibir la visita de algún “instrumento” de la iglesia que me diga que soñó mi “ministerio”? ¿Debe decírmelo el predicador el último día de campamento como le sucedió a Juan Pérez? Aunque nací en una familia pastoral y en una corporación bíblica, debo confesar que aun en un ambiente así, las personas no han dejado de pensar "canutamente"  y quizás concretamente hablando, empíricamente sobre qué debería ocurrir si soy llamado. Por supuesto, esto no es culpa de quien ha pasado por este drama existencial de carácter espiritual, sino, de la cultura del llamamismo  y la falta de una perspectiva correcta del asunto. Sí, llamamismo, la idea de que debo “sentir” alguna clase de confirmación empírica subjetiva, o, que simplemente debo anhelarlo.  

Pues bien, en las siguientes líneas quiero explicar el error de este concepto. Sí, el concepto de esperar un llamado, y por supuesto, las falencias de los argumentos habituales sobre este tópico que son generalmente dos. Primero, esperar algún tipo de confirmación subjetiva emocional, y dos, la cuestión de que debo empíricamente “anhelarlo.” Tristemente la cuestión del llamamismo ha llevado a muchos a ser pastores, cuando en realidad nunca debieron haber llegado a ello así como muchos  están hoy en un Instituto Bíblico  habiendo seguido un vellón en el campamento del verano. No voy a explicar el error histórico de las elecciones de ancianos por votos, lo cual no tiene ningún asidero en el NT. Si no, me remitiré a explicar porque el llamamismo es un error de concepto,  y tal vez, sugerir  otro criterio desde el punto de vista de quien lo está de algún modo “pensando” y a la vez "sufriendo", criterio que deberíamos evaluar para comprender si es Dios realmente quien me ha llamado a un lugar de liderazgo como lo es ser parte de un equipo plural de ancianos.

No siento que fui llamado. ¿Acaso, debes sentirlo?

A pesar que esta frase es concretamente empírica, no es del todo errada en su intención cultural evangélica. Esto es, de algún modo quien la dice está tratando de comunicar que tal “responsabilidad” (de liderazgo), representa un peso necesarista que demanda un sí. Pero, ¿no es ésta reacción proporcional a una comprensión llamamista del liderazgo? Por supuesto, si tal persona se ha movido en un ambiente donde el ser “llamado” está relacionado con aspectos empíricos y tradicionales de  qué se cree es ser llamado,  entonces “sentir” que no soy llamado a tal liderazgo será casi siempre, un síntoma engañoso. Déjenme explicar esto con un primer ejemplo.

Mi Biblia en Éxodo 3, tiene como subtítulo, el “llamado de Moisés”, y sin duda, este fue el llamado de Dios a Moisés (Éxo. 3:1-10). Sin embargo, las características de este llamado están muy lejos de lo que el llamamismo nos sugiere. En primer lugar, Moisés  no fue a una terna, o esperó la postulación de parte de un liderazgo israelita para ser el “caudillo” de Israel. Fue Dios mismo quien se le apareció. Segundo, Moisés  dejó ver características inusuales de acuerdo a lo que hoy se piensa.  ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxo. 3:11). Sí, Moisés no se "sentía" capaz de llevar sobre sus hombros una responsabilidad de liderazgo como la que Dios le estaba pidiendo. Tercero, aun después de que Dios le explicó la manera que tenía que hacerlo, Moisés asombrosamente respondía a Dios de la siguiente manera: “…He aquí que ellos no me creerán…” (Éxo. 4:1). Peor aún,  recibiendo milagrosamente de parte de Dios lo necesario para  ir a Faraón (Éxo. 4:2-9),   Moisés añadió: “… ¡Ay,  Señor!  Nunca he sido hombre de fácil palabra,  ni antes,  ni desde que tú hablas a tu siervo;  porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxo. 4:10). Como el lector del relato puede observar, Moisés no solo no quería ir, de acuerdo a su propia percepción, Aarón era el indicado (Éxo. 4:14),  y su convencimiento al respecto  estaba bastante asentado. Así, volvió a responder al Señor: “… ¡Ay,  Señor!  Envía,  te ruego,  por medio del que debes enviar.” (Éxo. 4:13).  Claramente Moisés por ningún lado sintió, y mucho menos pensó que estaba siendo “llamado.”  No quería, y podemos añadir, no lo anhelaba.   

Segundo ejemplo. Timoteo, Hechos 16. Si observa bien el lector aquí, notará que en el contexto del segundo viaje misionero, Pablo “quiso.” Eso dice el texto, “quiso” llevar consigo a Timoteo. No fue Timoteo quien corrió hacia el apóstol, pidiéndole que lo considerara para el “liderazgo.” Es más, no se nos dice nada de la opinión de Timoteo al respecto, o si él estaba anhelando aquello, lo único que dice el texto  es que Timoteo no era cualquier joven, Lucas señala: “y daban buen testimonio de él los hermanos que estaban en Lista y en Iconio” (Hec. 16:2). “Buen testimonio”, éste fue el criterio que Pablo tomó en cuenta. No se hacen mayores referencias de Timoteo en Hechos (cf. Hec. 17:14, 15; 18:5; 19:22; 20:4). Si no, simplemente una serie de calificativos por parte de Pablo que lo describen como un colaborado (Rom. 16:21; Fil. 2:19; Flm. 1:1), un hijo amado y fiel en el Señor (1 Cor. 4:17; 1 Tim. 1:2; 2 Tim. 1:2), alguien que estaba trabajando tempranamente en la obra antes de algún reconocimiento formal (1Co 16:10; 2 Cor. 1:19; 1 Tes. 3:2), como co-pastor con Pablo (2 Cor. 1:1; Fil. 1:1; Col. 1:1; 1 Tes. 1:1). Alguien que a los ojos de la iglesia de hoy quizás, hubiera pasado desapercibido, pero que sin lugar a dudas, Dios ya había reservado para la obra poniéndolo en la ruta misionera de Pablo (cf. 1 Tim. 1:18). Como podemos observar,  el NT no nos dice nada respecto lo que Timoteo “sentía”, si es que acaso el estaba de acuerdo con el “llamado”, o, si sentía alguna clase de aprensión al respecto. Lo único que podemos inferir de acuerdo a estas referencias, es que evidentemente Dios lo había escogido de la misma manera que se nos dice como fue la elección de los apóstoles: “…y llamó a sí a los que él quiso...” (Mr. 3:13 cf. [Hec. 13:2; 20:28]).  

Tercer ejemplo. Es importante notar, —e independiente el  sentido esté referido a lo que se cree, fue la elección de los diáconos— que Lucas deja ver en Hechos 6 que la multitud (Hec. 6:5 [la iglesia reunida]) “reconoció” a siete creyentes con características exigentes y puntuales.  Nótese que Lucas señala que los apóstoles ordenaron “buscar” a siete discípulos  primero: de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y con sabiduría  (Hec. 6:3). Pero nótese bien, Lucas dice «“inspeccionen”[1] pues.» Dicho en otras palabras, la búsqueda de estos siete discípulos, —y con dichas características— no consistió en una elección popular por votos, o en una constatación del deseo en ellos.  De hecho,   no se nos dice nada respecto la opinión de los siete, quienes sin lugar a dudas simplemente dijeron amén al requerimiento de la necesidad que había. Nuevamente en este segundo y tercer ejemplo, notamos que nada se nos dice de un llamado que estos hombres hayan sentido al respecto. O si, estaban pasando por una crisis vocacional al respecto. Simplemente tenían las características espirituales básicas y necesarias para  dicho servicio, y Dios se encargó en su momento que fueran obvios a los ojos de Pablo en el caso de Timoteo y la iglesia, como en el caso de los siete a la iglesia. Ahora, ¿qué pasa entonces con la instrucción de Pablo a Timoteo de quien lo anhela?

Antes de abordar las preguntas anteriores, notemos el caso de Pablo. Su “llamado.” Sin duda, es un llamado particular e irrepetible. Sin embargo, notamos algunas características que también se repiten cuando Dios es quien ha llamado (cf. Hec. 9:15s). Primero, nadie hubiera pensado que Pablo iba a ser un servidor de Cristo. Y consecutivamente, el apóstol que fue.  En efecto, Saulo era un perseguidor de cristianos (Hec. 9:1). Sin embargo, Dios vio en él lo que hasta aquellos días, nadie en la iglesia primitiva hubiera visto (Nótese que esto ocurrió con los apóstoles también, un Zelote, un cobrador de impuesto de Roma, y un joven sin experiencia como Juan).  De hecho, Ananías sabía bastante bien que este hombre había hecho muchos males a los creyentes (Hec. 9:13), no obstante, y aunque este caso es un caso único en la historia de los “llamados”, revela dos características propias que se repitieron en el caso de Moisés y Timoteo, aun, en los siete. Primero, fue una  escogencia asignada, divinamente asignada  (cf. Mr. 3:13; Hec. 13:2; 20:28), no consensuada o bilateral.  En efecto, Saulo no solo no quería, por ningún motivo hubiera pensado servir a Cristo, sin embargo, eso es lo que terminó haciendo (Hec. 9:6).  Dicho en otras palabras, Moisés, Timoteo, Pablo y los siete,  nunca desearon el “liderazgo”, sin embargo, tenían el corazón ideal para ello y Dios en su omnisciencia lo sabía (Isa. 65:5). Lo demás, esto es, las características complementarias  para el oficio, fueron provistas por el mismo Dios quien los llamó (cf. Jn. 15:16; Hec. 9:15-16; 1 Cor. 1:28s; 2 Tim. 2:1-2). En el caso de Moisés, un proceso educativo que jamás se imaginó (Heb. 11:24ss), pero también, en la sabiduría de los egipcios (Hec. 7:22); en el caso de Timoteo, en una formación cristiana desde temprano (2 Tim. 1:3-5). En el caso de Pablo,  un tratamiento especial por parte de Dios (Gál. 1:15ss), pero también, una instrucción bajo maestros como Gamaliel (Hec. 22:1sss).

Si lo anhelas o no, no es relevante

La historia del “ministerio” revela que varios de los “grandes” líderes de la iglesia en la historia de la iglesia moderna —quienes fueron “llamados” al ministerio—  realmente no lo anhelaron. Aun más, quienes lo hicieron con ansias —revela la historia ministerial también—  posteriormente muy pocos siguieron  en el ministerio.  Pero entonces, ¿a qué se refiere Pablo con que si alguno anhela obispado buena obra desea (1 Tim. 3:1)? Si el lector atento observa  bien, podrá notar que lo que está diciendo Pablo, no es un llamado  a “postular” al ministerio, llenando la hoja con el requisito del "deseo" ticado en la planilla de postulación. Nada de esto señala el texto. De hecho, es algo contrario. Esto es,  Pablo está de hecho “regulando” la entrada al ministerio presbiteriano. En efecto, muchos antes por tales motivos y anhelando ser “líderes” de la iglesia  terminaron enseñando doctrinas diferentes (1 Tim. 1:3); de estos mismos, muchos “anhelando” doctorados teológicos, chocaron con las rocas del desvarío (1 Tim. 1:7 cf. [1:18-20; 2 Jn. 7-10]). Aun las mujeres estaban usurpando el lugar que Dios había dado a los hombres en la iglesia (1 Tim. 1:9-15; cf. [1 Cor. 14:32ss]). No había entonces, una falta de deseo por el liderazgo, todo lo contrario. Muchos querían serlo. Muchos lo “anhelaban”, hasta el punto que llegaron —si ser “llamados” por Dios— ha tener liderazgos simplemente por estar en platea y ser vistos y de allí, admirados como lo fue Diótrefes (cf. 3 Jn. 9).  Sin embargo, se necesitaba  un estándar, una lista de requisitos exigentes al respecto, pues era necesario filtrar a los postulantes.  Así, la frase “Si alguno aspira al cargo de obispo” (1 Tim. 3:1 LBLA), en la mente de Pablo no era algo malo, sin embargo, más que el  deseo en sí, Pablo tenía en mente lo que era necesario antes de ello en vista de la proliferación  de falsos ministros. La idea paulina, es como si Pablo hubiera estado diciendo: ¡perfecto! veo que hay muchos que aspiran  la “superintendencia” en la iglesia, ¡bien! En sí, es un buen deseo;   sin embargo, pongan atención: si no cumplen con estos requisitos, no pueden serlo.

En consecuencia, ¿cuál es entonces el criterio que yo debería ponderar si estoy en esta duda? Por supuesto, tiene que ver con los requisitos que el mismo Pablo ha señalado. Requisitos que se pueden resumir en tres  conceptos generales que deben de tener quienes realmente son  los verdaderos “llamados”, quienes —generalmente— no esperan ser llamados. Virtudes que apuntan al carácter de la persona.  Primero, un testimonio piadoso de integridad (cf. 1 Tim.  3:1-3; 7; Tit. 1:5-8) que los demás pueden corroborar, y que por sobre todo, el “liderazgo” plural de ancianos, y quizás el pastor de experiencia allí, ve de manera evidente. Segundo, un gran celo por las Escrituras que ni siquiera a veces encuentras en estudiantes de teología en un Instituto Bíblico; el celo que lleva a estas personas a estar siempre buscando o escudriñando la ortodoxia de tal, o cual doctrina escritural, pero,  no para debatir o para simplemente alardear, sino para promover la verdad en donde Dios les ha puesto (2 Tim. 1:13 “retén…”; 2:15); el celo que lleva a esta clase de personas a estar leyendo constantemente (1 Tim. 4:13) y preguntando sobre pasajes escriturales a siervos con mayor experiencia en la enseñanza (1 Tim. 4:6); el celo que les impele a indagar,  meditar y si es posible, a invertir en recursos literarios para promover la sana enseñanza (2 Tim. 2:1-2; Tit. 1:9). ¿Quién los mandó a ello? Nadie, por iniciativa propia lo hacen, y en muchos casos, deseando no ser vistos, lo cual es otra evidencia que acompaña al celo escritural: la humildad. Así, y finalmente, la tercera virtud que forma parte de este triunvirato calificante, es sin duda el carácter en acción. El dominio de sí mismo y de la doctrina en el ejercicio práctico de ello (1 Tim. 4:16). Esto es, la virtud de emitir juicios espirituales precisos: doctrinalmente hablando (1 Tim. 5:17a; 2 Tim. 2:24-26). El carácter de quien teniendo la templanza adecuada, no duda encarar con verdad pero también con rigor,  el desvío de la verdad (cf. 2 Tim. 4:1-5; Tit. 1:10-13).  El celo que le lleva no solo a enseñar la verdad fielmente, sino también que le impele a corregir y redargüir —con paciencia y verdad— el error, siendo capaz de tranzar la amistad, pero no la verdad  (cf. 2 Tim. 4:1-5; Tit. 1:9). Si usted observa bien, estas características no las tiene cualquier persona en la iglesia, aún muchos de quienes lamentablemente ocupan la silla del liderazgo. Sin duda, tales virtudes revelan consolidación,  características que a pesar que habitualmente  no tienen en su medida cabal muchos ancianos nuevos,  las garantiza el corazón que Dios les ha dado. El corazón que sigue aprendiendo y es enseñable. Esta clase de creyentes  Dios desea que sean quienes conduzcan a la iglesia de Cristo y quienes realmente deberían ser reconocidos por el resto de los ancianos y la iglesia, quienes dicho sea de paso,  tienen el deber de buscar a este tipo de creyentes para un sano, creciente y  fructífero gobierno eclesiástico en pro del crecimiento espiritual saludable de una iglesia. Es interesante observar que el pasaje paralelo a la mención de los requisitos  de quienes anhelan obispado, no se dice nada tocante al anhelo que Tito debía ponderar, de hecho,  teniendo de parte de Pablo los requisitos mencionados, debía simplemente establecerlos buscando en ellos  principalmente, el carácter para el oficio (cf. Tit. 1:5-9). Entonces, ¿cómo puedo saber si realmente soy o fui “llamado”? Respuesta: teniendo una conciencia confirmada de lo que has recibido. Notemos la explicación en las siguientes.

La conciencia  confirmada de lo que has residido

Entonces, si no se trata de sentir que fuiste llamado y tampoco, de si lo anhelas o no necesariamente. ¿Cuál es el criterio que deberías corroborar si estás teniendo dudas al respecto? Respuesta: teniendo una conciencia confirmada de lo que has recibido de parte de Dios y con confirmada, nos referimos a la ratificación que debes tener de parte de quienes tienen la madurez en la iglesia para dicho juicio, principalmente, los otros ancianos y los hermanos maduros de la iglesia.  Ahora bien, no estamos tratando los requisitos preliminarmente que sin duda son el criterio rector objetivo, sino, la disquisición personal que deberíamos ponderar, al menos aquí, como una sugerencia. Ahora bien, ¿a que nos referimos con una conciencia confirmada respecto lo que Dios te concedió en su soberanía? Note con atención la siguiente Ilustración.

Se reunieron 60 personas para el largo peregrinaje por el desierto entre otros lugares. A todos se les dio una vestimenta adecuada para el viaje. Sin embargo, no todos recibieron implementación especial. A Juan, —por ejemplo— se le dio un bastón especial para sondear el terreno más firme en la ruta, además de su conocimiento y pericia en senderismo.  A Esteban, se le dieron unos binoculares para prever a la distancia los peligros propios del desierto. A Santiago, se le dio una cantimplora casi eterna, aparte de otros accesorios de primeros auxilios. El punto es el siguiente. ¿Qué pensaría  usted si Juan estuviera al final del grupo en la caminata, dedicado a sacar fotos a las piedras e insectos? O, ¿Qué pensaría de Esteban, —a quien se le dotó de unos binoculares— llevándolo escondido en su mochila por vergüenza o quizás, por timidez?  ¿Qué pensaría  de Santiago escondiendo la cantimplora de todos, junto con las medicinas?  Seguramente ya puede ver a donde me dirijo. Yendo a la realidad. Si usted recibió de parte de Dios un don evidente de enseñanza, ¿qué hace en la iglesia tocando guitarra? Si Dios le dotó, —aparte del don de la enseñanza— del carácter preciso para dirigir y conducir a un grupo de personas, ¿qué está haciendo de portero los domingos? Por supuesto, no hay servicios indignos en la iglesia,  sin embargo,  si Dios lo dotó con una cantimplora para alimentar al grupo, ¿por qué no está dando el agua de la palabra de Dios al grupo? Si Dios lo dotó de un entendimiento diferente al resto de Su Palabra, si Dios le dio un carácter para el ministerio, si Dios le dio una mente iluminada evidenciada en sus sabios comentarios y alcances del que hacer de la obra, ¿qué está haciendo sentado en la banca?  A esto nos referimos con una conciencia  confirmada de lo que has recibido. Saber, estar consciente de qué dones Dios me dio. De qué virtudes Dios puso en mí y que la iglesia ha confirmado. El punto entonces, no es si debo o no servir en mi iglesia, el punto es reconocer para que soy útil en la obra de Dios de acuerdo a los dones que él me dio. Por supuesto, esto incluye la disquisición y conciencia de los dones que Dios no me ha dado. El apóstol Pedro fue muy claro a escribir: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.” (1 Ped. 4:10). Por supuesto, los dones se perfeccionan en el servicio, y, especialmente con quienes tienen la experiencia de la madurez y los años (Job. 12:12; Pro. 16:31). Por lo tanto, no se trata de sentir si tienes o no el llamado. Tampoco de anhelarlo necesariamente, puede que lo más probable no lo desees; sin embargo, tu enfoque aparte de los requisitos evidentes para tu calificación (1 Tim. 3:1ss; Tit. 1:5ss) debe ser estar consciente que si Dios te dio virtudes para el servicio (Fil. 2:13), aunque estén en bruto o en desarrollo, entonces, haces mal en rehuir tal “llamado” sabiendo que justamente Dios te lo ha comunicado dándote virtudes que a otros no les dio. En consecuencia, después que has hecho este ejercicio de ratificación personal tomando en cuenta la voz de la iglesia y sus "líderes" y calificando para ello (presbiterio), entonces no te queda más que decir: Señor,  gracias por dotarme de estas virtudes para servirte”, ahora "ayúdame a perfeccionarme en ello para el avance de tu obra."









[1] Ἐπισκέψασθε οὖν (episkéfasthe ún) “Inspeccionen pues…”; Lucas uso el  imperativo  del  verbo ἐπισκέπτομαι (episképtomai) que señala una inspección precisa.

2 comentarios:

  1. Interesante pastor. Nunca había leído una explicación aclarando el famoso llamado. Dios le bendiga

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