Por J.A. Torres Q.
Pintura de
Acuarela: "agricultor con ovejas y perro", por Adrianus Johannes
Groenewegen (1874-1963)
No
ha sido solo una persona quien me ha dicho que no está seguro si ha sido “llamado” al liderazgo de anciano. Esto me ha hecho pensar en esto del “llamado.” Y claro, lo vengo escuchando desde que tengo uso de razón. No es raro que las personas muchas veces se vean
en conflicto con una designación no esperada, o, sin "sentirlo." Y por supuesto, la duda bajo esta
manera de llegar al liderazgo surgirá tarde o temprano. Sí, soy anciano, pero,
¿me “llamó” realmente el Señor? La contra pregunta a esta situación es sin
duda, ¿debo esperar un “llamado”? ¿De qué se trata, de algún aviso celestial
como ¡Samuel, Samuel!? ¿Debo sentir alguna clase de calor en el corazón? ¿Debo
recibir la visita de algún “instrumento” de la iglesia que me diga que soñó mi
“ministerio”? ¿Debe decírmelo el predicador el último día de campamento como le sucedió a Juan Pérez? Aunque
nací en una familia pastoral y en una corporación bíblica, debo confesar que
aun en un ambiente así, las personas no han dejado de pensar "canutamente" y quizás concretamente hablando, empíricamente
sobre qué debería ocurrir si soy llamado. Por supuesto, esto no es culpa de
quien ha pasado por este drama existencial de carácter espiritual, sino, de la
cultura del llamamismo y la falta de una
perspectiva correcta del asunto. Sí, llamamismo, la idea de que debo “sentir”
alguna clase de confirmación empírica subjetiva, o, que simplemente debo anhelarlo.
Pues bien, en las siguientes
líneas quiero explicar el error de este concepto. Sí, el concepto de esperar un
llamado, y por supuesto, las falencias de los argumentos habituales sobre este
tópico que son generalmente dos. Primero, esperar algún tipo de confirmación
subjetiva emocional, y dos, la cuestión de que debo empíricamente “anhelarlo.” Tristemente la cuestión del llamamismo ha llevado a muchos a ser pastores, cuando en realidad nunca
debieron haber llegado a ello así como muchos están hoy en un Instituto Bíblico habiendo seguido un vellón en el campamento del verano. No voy a explicar el error histórico de las elecciones de ancianos
por votos, lo cual no tiene ningún asidero en el NT. Si no, me remitiré a
explicar porque el llamamismo es un error de concepto, y tal vez, sugerir otro criterio desde el punto de vista de
quien lo está de algún modo “pensando” y a la vez "sufriendo", criterio que deberíamos evaluar para
comprender si es Dios realmente quien me ha llamado a un lugar de liderazgo
como lo es ser parte de un equipo plural de ancianos.
No siento que fui llamado. ¿Acaso, debes sentirlo?
A
pesar que esta frase es concretamente empírica, no es del todo errada en su
intención cultural evangélica. Esto es, de algún modo quien la dice está
tratando de comunicar que tal “responsabilidad” (de liderazgo), representa un
peso necesarista que demanda un sí. Pero, ¿no es ésta reacción proporcional a
una comprensión llamamista del liderazgo? Por supuesto, si tal persona se ha
movido en un ambiente donde el ser “llamado” está relacionado con aspectos
empíricos y tradicionales de qué se cree
es ser llamado, entonces “sentir” que no
soy llamado a tal liderazgo será casi siempre, un síntoma engañoso. Déjenme
explicar esto con un primer ejemplo.
Mi Biblia en Éxodo 3, tiene
como subtítulo, el “llamado de Moisés”, y sin duda, este fue el llamado de Dios
a Moisés (Éxo. 3:1-10). Sin embargo, las características de este llamado están
muy lejos de lo que el llamamismo nos sugiere. En primer lugar, Moisés no fue a una terna, o esperó la postulación
de parte de un liderazgo israelita para ser el “caudillo” de Israel. Fue Dios
mismo quien se le apareció. Segundo, Moisés
dejó ver características inusuales de acuerdo a lo que hoy se
piensa. “¿Quién soy yo para que vaya
a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxo. 3:11). Sí, Moisés
no se "sentía" capaz de llevar sobre sus hombros una responsabilidad de liderazgo
como la que Dios le estaba pidiendo. Tercero, aun después de que Dios le
explicó la manera que tenía que hacerlo, Moisés asombrosamente respondía a Dios
de la siguiente manera: “…He aquí que ellos no me creerán…” (Éxo. 4:1). Peor
aún, recibiendo milagrosamente de parte
de Dios lo necesario para ir a Faraón
(Éxo. 4:2-9), Moisés añadió: “… ¡Ay, Señor!
Nunca he sido hombre de fácil palabra,
ni antes, ni desde que tú hablas
a tu siervo; porque soy tardo en el
habla y torpe de lengua” (Éxo. 4:10). Como el lector del relato puede
observar, Moisés no solo no quería ir, de acuerdo a su propia percepción, Aarón era el indicado (Éxo. 4:14), y su convencimiento al respecto estaba bastante asentado. Así, volvió a
responder al Señor: “… ¡Ay,
Señor! Envía, te ruego,
por medio del que debes enviar.” (Éxo. 4:13). Claramente Moisés por ningún lado sintió, y
mucho menos pensó que estaba siendo “llamado.”
No quería, y podemos añadir, no lo anhelaba.
Segundo ejemplo. Timoteo,
Hechos 16. Si observa bien el lector aquí, notará que en el contexto del
segundo viaje misionero, Pablo “quiso.” Eso dice el texto, “quiso” llevar
consigo a Timoteo. No fue Timoteo quien corrió hacia el apóstol, pidiéndole que
lo considerara para el “liderazgo.” Es más, no se nos dice nada de la opinión de
Timoteo al respecto, o si él estaba anhelando aquello, lo único que dice el
texto es que Timoteo no era cualquier joven, Lucas señala: “y
daban buen testimonio de él los hermanos que estaban en Lista y en Iconio”
(Hec. 16:2). “Buen testimonio”, éste fue el criterio que Pablo tomó en cuenta.
No se hacen mayores referencias de Timoteo en Hechos (cf. Hec. 17:14,
15; 18:5; 19:22; 20:4). Si no, simplemente una serie de calificativos por parte
de Pablo que lo describen como un colaborado (Rom. 16:21; Fil. 2:19; Flm. 1:1),
un hijo amado y fiel en el Señor (1 Cor. 4:17; 1 Tim. 1:2; 2 Tim.
1:2), alguien que estaba trabajando tempranamente en la obra antes de algún
reconocimiento formal (1Co 16:10; 2 Cor. 1:19; 1 Tes. 3:2), como co-pastor
con Pablo (2 Cor. 1:1; Fil. 1:1; Col. 1:1; 1 Tes. 1:1). Alguien que a los ojos de
la iglesia de hoy quizás, hubiera pasado desapercibido, pero que sin lugar a dudas, Dios
ya había reservado para la obra poniéndolo en la ruta misionera de Pablo (cf.
1 Tim. 1:18). Como podemos observar, el
NT no nos dice nada respecto lo que Timoteo “sentía”, si es que acaso el estaba
de acuerdo con el “llamado”, o, si sentía alguna clase de aprensión al
respecto. Lo único que podemos inferir de acuerdo a estas referencias, es que
evidentemente Dios lo había escogido de la misma manera que se nos dice como
fue la elección de los apóstoles: “…y llamó a sí a los que él quiso...”
(Mr. 3:13 cf. [Hec. 13:2; 20:28]).
Tercer ejemplo. Es
importante notar, —e independiente el
sentido esté referido a lo que se cree, fue la elección de los diáconos—
que Lucas deja ver en Hechos 6 que la multitud (Hec. 6:5 [la iglesia reunida]) “reconoció”
a siete creyentes con características exigentes y puntuales. Nótese que Lucas señala que los apóstoles
ordenaron “buscar” a siete discípulos
primero: de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y con
sabiduría (Hec. 6:3). Pero nótese bien,
Lucas dice «“inspeccionen”[1]
pues.» Dicho en otras palabras, la búsqueda de estos siete discípulos, —y con
dichas características— no consistió en una elección popular por votos, o en
una constatación del deseo en ellos. De hecho, no se
nos dice nada respecto la opinión de los siete, quienes sin lugar a dudas
simplemente dijeron amén al requerimiento de la necesidad que había. Nuevamente
en este segundo y tercer ejemplo, notamos que nada se nos dice de un llamado
que estos hombres hayan sentido al respecto. O si, estaban pasando por una
crisis vocacional al respecto. Simplemente tenían las características espirituales básicas
y necesarias para dicho servicio, y Dios
se encargó en su momento que fueran obvios a los ojos de Pablo en el caso de
Timoteo y la iglesia, como en el caso de los siete a la iglesia. Ahora, ¿qué pasa
entonces con la instrucción de Pablo a Timoteo de quien lo anhela?
Antes
de abordar las preguntas anteriores, notemos el caso de Pablo. Su “llamado.”
Sin duda, es un llamado particular e irrepetible. Sin embargo, notamos algunas
características que también se repiten cuando Dios es quien ha llamado (cf.
Hec. 9:15s). Primero, nadie hubiera pensado que Pablo iba a ser un servidor de
Cristo. Y consecutivamente, el apóstol que fue.
En efecto, Saulo era un perseguidor de cristianos (Hec. 9:1). Sin
embargo, Dios vio en él lo que hasta aquellos días, nadie en la iglesia
primitiva hubiera visto (Nótese que esto ocurrió con los apóstoles también, un
Zelote, un cobrador de impuesto de Roma, y un joven sin experiencia como Juan). De hecho, Ananías sabía bastante bien que
este hombre había hecho muchos males a los creyentes (Hec. 9:13), no obstante,
y aunque este caso es un caso único en la historia de los “llamados”, revela
dos características propias que se repitieron en el caso de Moisés y Timoteo,
aun, en los siete. Primero, fue una
escogencia asignada, divinamente asignada (cf. Mr. 3:13; Hec. 13:2; 20:28), no
consensuada o bilateral. En efecto, Saulo no solo
no quería, por ningún motivo hubiera pensado servir a Cristo, sin embargo, eso
es lo que terminó haciendo (Hec. 9:6).
Dicho en otras palabras, Moisés, Timoteo, Pablo y los siete, nunca desearon el “liderazgo”, sin embargo, tenían
el corazón ideal para ello y Dios en su omnisciencia lo sabía (Isa. 65:5). Lo demás, esto
es, las características complementarias
para el oficio, fueron provistas por el mismo Dios quien los llamó (cf. Jn. 15:16; Hec. 9:15-16; 1 Cor. 1:28s; 2 Tim. 2:1-2). En el
caso de Moisés, un proceso educativo que jamás se imaginó (Heb. 11:24ss), pero
también, en la sabiduría de los egipcios (Hec. 7:22); en el caso de Timoteo, en
una formación cristiana desde temprano (2 Tim. 1:3-5). En el caso de
Pablo, un tratamiento especial por parte
de Dios (Gál. 1:15ss), pero también, una instrucción bajo maestros como
Gamaliel (Hec. 22:1sss).
Si lo anhelas o no, no es
relevante
La historia del “ministerio”
revela que varios de los “grandes” líderes de la iglesia en la historia de
la iglesia moderna —quienes fueron “llamados” al ministerio— realmente no lo anhelaron. Aun
más, quienes lo hicieron con ansias —revela la historia ministerial
también— posteriormente muy pocos siguieron
en el ministerio. Pero entonces, ¿a qué se refiere Pablo con que
si alguno anhela obispado buena obra desea (1 Tim. 3:1)? Si el lector atento
observa bien, podrá notar que lo que
está diciendo Pablo, no es un llamado a
“postular” al ministerio, llenando la hoja con el requisito del "deseo" ticado en la planilla de postulación. Nada de
esto señala el texto. De hecho, es algo contrario. Esto es, Pablo está de hecho “regulando” la entrada al
ministerio presbiteriano. En efecto, muchos antes por tales motivos y anhelando
ser “líderes” de la iglesia terminaron
enseñando doctrinas diferentes (1 Tim. 1:3); de estos mismos, muchos
“anhelando” doctorados teológicos, chocaron con las rocas del desvarío (1 Tim.
1:7 cf. [1:18-20; 2 Jn. 7-10]). Aun las mujeres estaban usurpando el
lugar que Dios había dado a los hombres en la iglesia (1 Tim. 1:9-15; cf. [1 Cor.
14:32ss]). No había entonces, una falta de deseo por el liderazgo, todo lo
contrario. Muchos querían serlo. Muchos lo “anhelaban”, hasta el punto que
llegaron —si ser “llamados” por Dios— ha tener liderazgos simplemente por
estar en platea y ser vistos y de allí, admirados como lo fue Diótrefes (cf. 3 Jn. 9). Sin embargo, se necesitaba un estándar, una lista de requisitos exigentes
al respecto, pues era necesario filtrar a los postulantes. Así, la frase “Si alguno aspira al cargo
de obispo” (1
Tim. 3:1 LBLA), en la mente de Pablo no era algo
malo, sin embargo, más que el deseo en
sí, Pablo tenía en mente lo que era
necesario antes de ello en vista de la proliferación de falsos ministros. La idea paulina, es como
si Pablo hubiera estado diciendo: ¡perfecto! veo que hay muchos que
aspiran la “superintendencia” en la
iglesia, ¡bien! En sí, es un buen deseo;
sin embargo, pongan atención: si
no cumplen con estos requisitos, no pueden serlo.
En
consecuencia, ¿cuál es entonces el criterio que yo debería ponderar si estoy en
esta duda? Por supuesto, tiene que ver con los requisitos que el mismo Pablo ha
señalado. Requisitos que se pueden resumir en tres conceptos generales que deben de tener
quienes realmente son los verdaderos
“llamados”, quienes —generalmente— no esperan ser llamados. Virtudes que
apuntan al carácter de la persona. Primero,
un testimonio piadoso de integridad (cf. 1 Tim. 3:1-3; 7; Tit. 1:5-8) que los demás pueden
corroborar, y que por sobre todo, el “liderazgo” plural de ancianos, y quizás
el pastor de experiencia allí, ve de manera evidente. Segundo, un gran celo por
las Escrituras que ni siquiera a veces encuentras en estudiantes de teología en
un Instituto Bíblico; el celo que lleva a estas personas a estar siempre
buscando o escudriñando la ortodoxia de tal, o cual doctrina escritural, pero, no para debatir o para simplemente alardear, sino
para promover la verdad en donde Dios les ha puesto (2 Tim. 1:13 “retén…”;
2:15); el celo que lleva a esta clase de personas a estar leyendo
constantemente (1 Tim. 4:13) y preguntando sobre pasajes escriturales a siervos
con mayor experiencia en la enseñanza (1 Tim. 4:6); el celo que les impele a
indagar, meditar y si es posible, a invertir en recursos literarios para promover
la sana enseñanza (2 Tim. 2:1-2; Tit. 1:9). ¿Quién los mandó a ello? Nadie, por
iniciativa propia lo hacen, y en muchos casos, deseando no ser vistos, lo cual
es otra evidencia que acompaña al celo escritural: la humildad. Así, y finalmente, la
tercera virtud que forma parte de este triunvirato calificante, es sin duda el
carácter en acción. El dominio de sí mismo y de la doctrina en el ejercicio
práctico de ello (1 Tim. 4:16). Esto es, la virtud de emitir juicios
espirituales precisos: doctrinalmente hablando (1 Tim. 5:17a; 2 Tim. 2:24-26).
El carácter de quien teniendo la templanza adecuada, no duda encarar con verdad
pero también con rigor, el desvío de la
verdad (cf. 2 Tim. 4:1-5; Tit. 1:10-13).
El celo que le lleva no solo a enseñar la verdad fielmente, sino también
que le impele a corregir y redargüir —con paciencia y verdad— el error, siendo
capaz de tranzar la amistad, pero no la verdad
(cf. 2 Tim. 4:1-5; Tit. 1:9). Si usted observa bien, estas
características no las tiene cualquier persona en la iglesia, aún muchos de
quienes lamentablemente ocupan la silla del liderazgo. Sin duda, tales virtudes
revelan consolidación, características
que a pesar que habitualmente no tienen
en su medida cabal muchos ancianos nuevos, las garantiza el corazón que Dios les ha
dado. El corazón que sigue aprendiendo y es enseñable. Esta clase de
creyentes Dios desea que sean quienes
conduzcan a la iglesia de Cristo y quienes realmente deberían ser reconocidos por
el resto de los ancianos y la iglesia, quienes dicho sea de paso, tienen el deber de buscar a este tipo de
creyentes para un sano, creciente y fructífero
gobierno eclesiástico en pro del crecimiento espiritual saludable de una
iglesia. Es interesante observar que el pasaje paralelo a la mención de los
requisitos de quienes anhelan obispado,
no se dice nada tocante al anhelo que Tito debía ponderar, de hecho, teniendo de parte de Pablo los requisitos
mencionados, debía simplemente establecerlos buscando en ellos principalmente, el carácter para el oficio (cf. Tit. 1:5-9). Entonces, ¿cómo
puedo saber si realmente soy o fui “llamado”? Respuesta: teniendo una
conciencia confirmada de lo que has recibido. Notemos la explicación en las
siguientes.
La conciencia confirmada de lo que has residido
Entonces,
si no se trata de sentir que fuiste llamado y tampoco, de si lo anhelas o no
necesariamente. ¿Cuál es el criterio que deberías corroborar si estás teniendo
dudas al respecto? Respuesta: teniendo una conciencia confirmada de
lo que has recibido de parte de Dios y con confirmada, nos referimos a la ratificación
que debes tener de parte de quienes tienen la madurez en la iglesia para dicho
juicio, principalmente, los otros ancianos y los hermanos maduros de la iglesia.
Ahora bien, no estamos tratando los
requisitos preliminarmente que sin duda son el criterio rector objetivo, sino,
la disquisición personal que deberíamos ponderar, al menos aquí, como una
sugerencia. Ahora bien, ¿a que nos referimos con una conciencia confirmada
respecto lo que Dios te concedió en su soberanía? Note con atención la siguiente Ilustración.
Se
reunieron 60 personas para el largo peregrinaje por el desierto entre otros
lugares. A todos se les dio una vestimenta adecuada para el viaje. Sin embargo,
no todos recibieron implementación especial. A Juan, —por ejemplo— se le dio un
bastón especial para sondear el terreno más firme en la ruta, además de su
conocimiento y pericia en senderismo. A
Esteban, se le dieron unos binoculares para prever a la distancia los peligros
propios del desierto. A Santiago, se le dio una cantimplora casi eterna, aparte
de otros accesorios de primeros auxilios. El punto es el siguiente. ¿Qué
pensaría usted si Juan estuviera al
final del grupo en la caminata, dedicado a sacar fotos a las piedras e insectos?
O, ¿Qué pensaría de Esteban, —a quien se le dotó de unos binoculares— llevándolo
escondido en su mochila por vergüenza o quizás, por timidez? ¿Qué pensaría de Santiago escondiendo la cantimplora de
todos, junto con las medicinas? Seguramente
ya puede ver a donde me dirijo. Yendo a la realidad. Si usted recibió de parte
de Dios un don evidente de enseñanza, ¿qué hace en la iglesia tocando guitarra?
Si Dios le dotó, —aparte del don de la enseñanza— del carácter preciso para
dirigir y conducir a un grupo de personas, ¿qué está haciendo de portero los
domingos? Por supuesto, no hay servicios indignos en la iglesia, sin embargo,
si Dios lo dotó con una cantimplora para alimentar al grupo, ¿por qué no
está dando el agua de la palabra de Dios al grupo? Si Dios lo dotó de un
entendimiento diferente al resto de Su Palabra, si Dios le dio un carácter para
el ministerio, si Dios le dio una mente iluminada evidenciada en sus sabios comentarios
y alcances del que hacer de la obra, ¿qué está haciendo sentado en la
banca? A esto nos referimos con una conciencia confirmada de lo que has recibido. Saber,
estar consciente de qué dones Dios me dio. De qué virtudes Dios puso en mí y
que la iglesia ha confirmado. El punto entonces, no es si debo o no servir en
mi iglesia, el punto es reconocer para que soy útil en la obra de Dios de
acuerdo a los dones que él me dio. Por supuesto, esto incluye la disquisición y
conciencia de los dones que Dios no me ha dado. El apóstol Pedro fue muy claro
a escribir: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los
otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.” (1 Ped. 4:10).
Por supuesto, los dones se perfeccionan en el servicio, y, especialmente con
quienes tienen la experiencia de la madurez y los años (Job. 12:12; Pro. 16:31).
Por lo tanto, no se trata de sentir si tienes o no el llamado. Tampoco de
anhelarlo necesariamente, puede que lo más probable no lo desees; sin embargo,
tu enfoque aparte de los requisitos evidentes para tu calificación (1 Tim. 3:1ss;
Tit. 1:5ss) debe ser estar consciente que si Dios te dio virtudes para el servicio
(Fil. 2:13), aunque estén en bruto o en desarrollo, entonces, haces mal en rehuir
tal “llamado” sabiendo que justamente Dios te lo ha comunicado dándote virtudes que a otros no les dio. En consecuencia,
después que has hecho este ejercicio de ratificación personal tomando en cuenta
la voz de la iglesia y sus "líderes" y calificando para ello (presbiterio), entonces no te queda más que decir: “Señor, gracias por dotarme de estas virtudes para servirte”, ahora "ayúdame a perfeccionarme en ello para el avance de tu obra."
[1] Ἐπισκέψασθε οὖν (episkéfasthe
ún) “Inspeccionen pues…”; Lucas uso el imperativo
del verbo ἐπισκέπτομαι (episképtomai) que señala una inspección
precisa.
Muy bueno. Bendiciones.
ResponderEliminarInteresante pastor. Nunca había leído una explicación aclarando el famoso llamado. Dios le bendiga
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