Por. J.A. Torres. Q.
Un extracto
del libro «“¿Decisionismo o evangelismo bíblico? Un estudio histórico teológico
y exegético de la antiescrituralidad del decisionismo» con el subtítulo de: “Los
10 mandamientos provocan una desesperación necesaria.” Pág. 425-428. Pronto,
2019.
La utilidad persuasiva de la ley moral es una
herramienta realmente sorprendente que Dios dispuso para la
evangelización. Como hemos advertido, revelan a los hombres sus pecados o los notifican con algo que les pertenece: la
culpa, el juicio y el infierno[1]
(v. Rom. 3:23; Apo. 21:8). Cierran la boca de todo hombre, esto es,
dejan sin efectividad sus excusas y justificaciones, pero a la vez, habiéndolos notificado de sus delitos ante quien es Juez universal (cf. Sal. 58:11; 75:7;
Isa. 33:22; 2 Tim. 4:8; Stg. 4:12; 1 Ped. 4:5). Por supuesto, también lo conducen
a Cristo como explicaremos en el último punto (Gál. 3:24). Sin embargo, esto
último no lo hace la ley sin antes dirigirlo hacia la gracia de Dios dispuesta para todo verdadero arrepentido, después de hacerlo primero consciente de su desgracia (cf.
Rom. 2:1-6). Tal hecho necesario para el
pecador viene a la luz en el proceso propio de la ley. Dicho en otras palabras,
la ley de Dios después que informa al hombre
su culpabilidad frente a Dios (Rom. 3:19-20), lo predispone para la gracia divina generando antes en él, una
convicción de peligro inminente y de
allí, produce el susto más saludable y necesario que el pecador podrá
experimentar en toda su vida. Esto lo
hace principalmente debido a que la ley desarraiga al pecador de todo bastón (obra) que pudiera pensar útil para su salvación. En este sentido, la ley tiene además
el objetivo de dejar totalmente desprovisto al hombre de su confianza en sí
mismo, llevándolo literalmente a la zona de la desesperación (cf. Lc. 12:4ss).
Esto es lo que Lutero también subrayó necesario entender para un entendimiento
cabal en la discusión del monergismo divino.
Bien escribió Matthew Barrett:
“Mientras él (el hombre] esté convencido de
que puede hacer lo más mínimo para su salvación, conserva cierta confianza en
sí mismo y no desespera por completo de sí mismo, y por tanto, no es
humillado ante Dios, sino que supone que hay —o al menos espera o desea que
pueda haber— algún lugar, tiempo y trabajo para él, por el cual alcanzará
finalmente la salvación” (Lutero en Barrett 2018:332).
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Nada hay que pueda hacer el
hombre para su propia salvación, y, cuando el pecador logra realmente
comprenderlo a la luz de la eternidad, a la luz del inminente juicio de Dios
sobre él que está literalmente como la espada de Damocles sobre su cabeza,
entonces la ley ha hecho su más profundo trabajo: llevarlo a la desesperación
espiritual más saludable que tendrá en su vida. Así, la primera señal de que el
incrédulo está en el camino correcto después de haber sido arado con la ley, es
cuando finalmente entiende que nada puede hacer por sí mismo, sino que todo,
absolutamente todo lo referente a la salvación, viene de la de Dios y Su
decisión. Dicho en otras palabras, y como bien lo ha captado Barrett: “…el
hombre debe enfrentarse con el hecho de que él depende total y absolutamente de
la gracia y misericordia de Dios y no puede hacer nada, ni lo más mínimo, para
salvarse.” (Barrett 2018:322). Sin embargo, debemos tener
siempre en cuenta —y especialmente en la
tarea evangelizadora— que en la comunicación del evangelio a los incrédulos,
estaremos todo el tiempo frente a la
constante latencia de la resistencia humana frente a este escenario de degradación,
cuestión que también Lutero previo, señalando que para los hombres es común
resistirse a una visión tan humillante de sí mismos. Por ello, y en dicho kilómetro de esta catarsis
saludable, el evangelizador no debe aguar el remedio, sino, finalmente confiar
dicho final al poder del evangelio (1 Cor. 1:18-24), a esa altura, en manos del
Espíritu Santo quien es el único que puede llevar a quien por un lado desespera
como quien resiste, a puerto salvífico (cf. Job. 33:4; Sal. 104:30; Jn.
3:5,8; 6:63; Rom. 8:2). Sin embargo, no debemos pensar por ningún motivo que
este enfoque de la ley es demasiado duro o, poco amoroso, no. Fue Dios mismo
quien nos proveyó Su ley con tal utilidad (1 Tim. 1:8) para que el hombre pueda
caer de rodillas ante quien puede
salvarle por Su gracia en base a la obra perfecta de Cristo (Rom. 5:8-9;
1 Ped. 3:18) frente a la total
incapacidad del pecador. Debe pensar entonces el incrédulo, —y a través de
nuestra persuasión— que si no se vuelven a Dios: “A su tiempo su pie resbalará” (Deut. 32:35). Sí, la expresión
que Jonathan Edwards (1703-1758) usó en su gran sermón del 8 de julio de 1741, en
Enfield, Connecticut, “Pecadores En las manos de un Dios airado.” Una verdad
escritural que vemos también en otras referencias que nos revelan que el juicio
de Dios está ad portas (Rom. 2:5; Jn. 3:18,36), en especial, a las
puertas de los incrédulos, perversos, soberbios y arrogantes (Sal. 73:1,3).
Juicio que desde el punto de vista de Dios,
ya estaba en progreso: “Ciertamente los has puesto[[2]]
en deslizaderos…” y añade: “¡Cómo han sido[[3]]
asolados de repente!” (Sal. 73:18a,
19), lo cual el salmista después de cierto sufrimiento y un proceso de
iluminación de parte de Dios, comprendió (Sal. 73:17). Por nuestra parte, —y
como ya señalamos— no debemos pensar que esta verdad escritural es una
desgracia a los oídos de los incrédulos, por el contrario, es gracia. Dicho en otras palabras, el
pecador en tal condición presente de pecaminosidad debería de facto[4]
ser fulminado, y aun más, ipso facto (cf. Lam. 3:22s). Sin
embargo, la razón por la que no ha caído aún, —y ni cae ahora mismo— es solo
porque el tiempo señalado por Dios no ha llegado, no el día formal de juicio
(Hec. 17:30-31), sino, el día y la hora específica que Dios corta la vida del hombre (cf. 1 Sam. 2:6-7; Ecle. 2:16),
el comienzo fatal del final. Esto, sigue siendo gracia. En tal día, el día donde
la muerte los encuentre —como
escribiera notablemente Edwards— Dios no
los seguirá sosteniendo más, sino que los soltará, y entonces, en ese
mismo instante, caerán a su destrucción, tal como aquel que anda en un terreno
en declive y resbaloso al borde de un abismo y no puede sostenerse solo (Edwards
2013:3). Un buen ejemplo persuasivo evangelical de lo anterior para nosotros,
es sin duda el siguiente extracto del mensaje de Jonathan Edwards en “Pecadores
en las manos de un Dios airado”, que Edwards usó en sus días para confrontar a
aquellos que estaban sin Cristo, un argumento totalmente vigente para el
pecador de nuestro siglo.
«Ese mundo de sufrimiento, ese lago de azufre
ardiente, se extiende debajo de ti. Allí está el espantoso abismo de las
llamas abrasadoras de la ira de Dios; allí está la boca inmensa del infierno
abierta de par en par y tú no tienes nada que te sostenga, nada a lo cual
aferrarte; no hay nada más que aire entre tú y el infierno. Es solo el poder
y la simple voluntad de Dios que te impide caer. Es posible que no estés
consciente de esto, sabes que no estás en el infierno, pero no ves la mano de
Dios en ello, sino que dependes de otras cosas, como ser tu buena salud, el
hecho de que te cuidas y los medios que usas para tu subsistencia. Pero la
realidad es que estas cosas no son nada; si Dios retirara su mano, esas cosas
no impedirían que cayeras, tal como el aire no puede sostener a alguien
suspendido de él. Tu iniquidad te hace, por así decirlo, pesado como el plomo
y te haría caer con gran peso y presión hacia el infierno, y si Dios te
soltara, te hundirías inmediatamente, cayendo velozmente en el abismo sin
fondo; y tu buena salud, el hecho de que te cuides y los medios usados para
tu subsistencia, y toda tu justicia y rectitud no tendrían ninguna influencia
para sostenerte e impedir que caigas al infierno, tal como una tela de araña
no puede detener una roca al caer. De no ser por la voluntad soberana de Dios,
la tierra no te sostendría ni un instante porque eres una carga para ella. […]
el aire no te da voluntariamente el aliento para mantener en ti el hálito de
vida mientras pasas tu vida sirviendo a los enemigos de Dios [...] Las
sombrías nubes de la ira de Dios flotan ahora directamente sobre tu cabeza,
llenas de terribles tempestades y truenos, y de no ser por la mano restringente
de Dios irrumpirían inmediatamente sobre ti. La voluntad soberana de Dios por
ahora detiene el ventarrón, de otra manera llegaría con furia, y la destrucción
llegaría como un remolino y sería como la paja del suelo trillado del verano.
La ira de Dios es como aguas caudalosas que están refrenadas por ahora; pero
aumentan más y más, y suben más y más, hasta que se les da salida, y cuanto
más se les deja subir, con más velocidad y poder será su corriente cuando por
fin se sueltan. Es cierto que el juicio contra tus obras perversas no se ha
ejecutado todavía, los diluvios de la venganza han sido retenidos, pero
mientras tanto, tu culpa aumenta constantemente, día tras día va juntando más
ira y no es sino por la simple voluntad de Dios que detiene las aguas que no
quieren ser detenidas y presionan fuertemente para salir. Si Dios tan solo
retirara su mano de la compuerta, se abriría inmediatamente, y los feroces
diluvios del furor y la ira de Dios arremeterían con una furia inconcebible,
y caería sobre ti con poder omnipotente, y si tu fuerza fuera diez mil veces
mayor de lo que es, hasta diez mil veces mayor que la fuerza del diablo más
poderoso en el infierno, no sería nada para detenerla o resistirla […] Así
que todos ustedes que nunca han pasado por un gran cambio de corazón,
realizado por el gran poder del Espíritu de Dios sobre sus almas, todos los
que nunca han nacido de nuevo, ni han sido hechas nuevas criaturas, ni han sido
levantados de la muerte del pecado a un nuevo estado se encuentran en las
manos de un Dios airado. Aunque hayan reformado muchas cosas en su vida y
muchos hayan sentido afecto por la religión y pueden conservar una forma de
religión en sus familias, hogares y en la casa de Dios, no es más que por su
pura voluntad que impide que sean este mismo momento tragados en una destrucción
eterna. No importa lo poco convencidos que estén ahora de la verdad que oyen,
a su tiempo estarán plenamente convencidos de ella. Los que han partido
estando en las mismas circunstancias en que se encuentran ustedes, testifican
que así fue con ellos, porque la mayoría de ellos sufrió una destrucción
repentina e inesperada mientras creían que vivían tranquilos y seguros. Ahora
comprueban que esas cosas de las que dependían para su paz y seguridad, no
eran más que un soplo y una sombra vacía. El Dios que te mantiene sobre el
abismo del infierno, muy parecido a como uno sujeta una araña o un insecto
repugnante sobre el fuego, te aborrece y está enardecido; su ira contra ti
arde como fuego; te considera indigno de otra cosa que no sea ser echado en
el fuego, sus ojos son tan puros que no aguantan mirarte, eres diez veces más
abominable a sus ojos que la peor serpiente venenosa es a los nuestros. Tú lo
has ofendido infinitamente más que cualquier rebelde obstinado lo haya hecho
contra su gobierno, y sin embargo no es otra cosa que su mano lo que te
detiene de caer en el fuego en cualquier momento. Es solo por eso y ninguna
otra cosa que no te fuiste al infierno anoche, que pudiste despertar una vez
más en este mundo después de haber cerrado tus ojos para dormir, y no hay
ninguna otra razón sino la mano de Dios, por la cual no has caído en el
infierno desde que te levantaste esta mañana. No hay otra razón, fuera de su
misericordia, que mientras lees este escrito, en este mismo momento, no caes
en el infierno. ¡Oh pecador, considera el terrible peligro en que te
encuentras! Es un gran horno de ira, un abismo ancho y sin fondo, lleno del
fuego de ira, el que tienes debajo al ser sostenido por la mano de ese Dios
cuya ira has provocado y encendido tanto como lo hicieron muchos de los
condenados en el infierno. Cuelgas de un hilo, con las llamas de la ira
divina flameando alrededor y amenazando quemarlo en cualquier momento; y no
obstante, no tienes interés en ningún Mediador, y nada de qué agarrarte para
salvarte, nada para escapar de las llamas de la ira, nada que sea tuyo, nada
de lo que has hecho, nada que puedas hacer para convencer a Dios que te
libre, aunque sea por un instante.» (Edwards
2013:7).
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[1] Nótese la persuasión que Jonathan
Edwards hacía a sus oyentes tocante a este tema: “Es posible que no estés
consciente de esto, sabes que no estás en el infierno, pero no ves la mano de
Dios en ello, sino que dependes de otras cosas, como ser tu buena salud, el
hecho de que te cuidas y los medios que usas para tu subsistencia. Pero la
realidad es que estas cosas no son nada; si Dios retirara su mano, esas cosas
no impedirían que cayeras, tal como el aire no puede sostener a alguien
suspendido de él.” (Edwards 2013:8-9). Un buen
recurso sobre este tema, es “¿Qué ha pasado con el infierno”? de John
Blanchard, editorial Peregrino. Habitualmente las personas rechazarán la idea
de un Dios que envía personas al infierno.
Así por ejemplo: “Que una criatura consciente sufra una tortura
física y mental durante un periodo interminable […] es indescriptiblemente
horrible y perturbador y la idea de que tal tormento sea infligido
deliberadamente por un mandato divino es totalmente incomparable con el
concepto de Dios como amor infinito.” (Hick en Blanchard
2002:221, véase páginas 221-224). Martin
R. De Haan pregunta respondiendo a la
objeción anterior habitual: «¿Por qué alguien tan bueno y amoroso como
Cristo pasó tanto tiempo advirtiéndonos acerca del “fuego que nunca se
apagará”, un lugar de “lloro y crujir de dientes”? ¿Por qué habló más de los
fuegos del infierno que de los goces del cielo?» (De Haan
2009:2). Véase también, lección 34 “El infierno eterno” en
“Escatología II”, de la serie “Curso de Formación Teológica Evangélicas” número 9
por Francisco Lacueva.
[2] Como es propio de la retórica del AT, en heterosis verbal la inminencia del juicio divino se presenta como un hecho realizado. «“Los has” puesto»RV60. Hb. תָּשִׁ֣ית (tashít) qal imperfecto del verbo שִׁית(shít) “colocar”, “ubicar”,
“situar”, lit.: “colocas”, como
RV95, “los pones”, así, como una
acción (no acabada) aun actual o presente, como: “Sí, tú los pones en un terreno resbaladizo
y los precipitas en la ruina.” (Sal. 73:18 LPD). La LXX usa ἐγένοντο (egénonto) aor.mid.ind.pl. de γίνομαι (gínomai) “fueron”, que retoma la idea de la heterosis verbal.
[3] El texto
hebreo dice הָי֣וּ לְשַׁמָּ֣ה כְרָ֑גַע אֵ֤יךְ (eyj háyu leshammáh kerágats)
lit.: “!Cómo fueron desolados en un momento!”
[4] Notable en este sentido, es el siguiente
cometario de Edwards. “El hecho de que la muerte no sea algo visible, no es,
en ningún momento, ninguna seguridad para los impíos. No es ninguna seguridad
para el hombre natural el hecho de que ahora goce de buena salud, ni que no
contemple la posibilidad de partir de este mundo inmediatamente por algún
accidente, ni el que no perciba ningún peligro en ningún aspecto en sus
circunstancias presentes. Las multifacéticas y continuas experiencias de toda
la humanidad prueban que el hombre se encuentra siempre al borde de la
eternidad, de que su próximo paso puede ser a otro mundo. Las maneras
invisibles e insospechadas de cómo las personas parten de este mundo son
innumerables e inconcebibles. Los inconversos caminan sobre el abismo del
infierno sobre una cobertura podrida, y hay incontables lugares en esta
cobertura que son muy débiles e imperceptibles. Las flechas de la muerte vuelan
al mediodía y ni la vista más aguda las puede discernir. Dios tiene tantas
maneras diferentes y inexplicables de sacar a los impíos de este mundo y de
mandarlos al infierno, que nada hay que haga parecer que Dios necesita depender
de un milagro, o que debe cambiar el curso normal de su providencia para
destruir en cualquier momento al impío que quiera. Todas las maneras como los
pecadores pueden partir de este mundo están tan en las manos de Dios, tan
universal y absolutamente sujetas a su poder y determinación, que no depende de
nada que no sea sencillamente la voluntad de Dios el que los pecadores se vayan
en cualquier momento al infierno, o que todavía sigan aquí.” (Edwards
2013:7).
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