Por J.A. Torres Q.
Como señala el
viejo latinismo lex orandi est lex
credendi[1],
esto es, lo que digamos en la oración, será lo que simplemente creemos es la
oración. Por ejemplo, no es casual ver en el culto público solo dos énfasis habituales
al respecto: Peticiones y gratitudes;
sin embargo, ¿qué de la oración de confesión de pecados, la oración de
exaltación a Dios? Este pequeño ejemplo nos revela que muchas de las cosas que
hacemos en la iglesia, simplemente siguen allí por el principio rector de la
tradición. Por otro lado, ¿por qué en un culto se dan cuestiones de índole más
bien administrativas como los avisos o la tradición de repetir versículos lo
cual no siendo per se prácticas heréticas nada tiene que ver con el
concepto esencial de qué es un culto? No es extraño y quizás más de una vez le
ha pasado que estando en plena dirección del culto, llegó al punto de los
avisos percatándose sobre la marcha de una necesidad imperiosa interna de
sacramentalizar tal mención. ¿Qué decir del hermano que en el tiempo que hemos
llamado “de oración” levantó su mano
para ponernos al tanto que le fue bien
en su operación de la próstata? Si pudiéramos observar la historia del culto en
el cristianismo, sin duda nos percataríamos de que en algunos casos hemos perdido la idea original de lo que era bíblicamente,
un culto. Por todo lo anterior, debemos revisar lo que hacemos y procurar
cambiar lo que simplemente está arraigado en la tradición y poner atención a
las Escrituras y lo que ellas nos dicen
al respecto. Ahora bien, como el principio del “cambio bíblico”[2]
necesario no es simplemente darse cuenta
que algo estamos haciendo mal y dejar de hacerlo, sino por sobre todo, empezar a actuar de otra
manera, lo primero que debemos entender para lograr un cambio en nuestra liturgia, es comprender
los términos, conceptos y palabras que incluyen este tema. Por esta razón, en
este primer artículo nos remitiremos a abordar tres términos con sus
respectivas implicancias, a saber, “culto,” liturgia” y “adoración.”
A. Definiciones y sus implicancias
1. Culto
La palabra
“culto” aparece varias veces en las Escrituras. Así, se habla del culto judío (cf.
Rom. 9:4; Heb. 9:1,6, 9: 10:2), de los cultos
idolátricos (cf. 2 Rey. 21:3; 2 Cro. 14:3; 33:3; Jer. 44:19; Hec.
7:42; Rom. 1:25; Col. 2:8,23). Del culto racional que los creyentes deben dar
(Rom. 12:1), y también, del culto que pedirá el anticristo (2 Tes. 2:4). El
texto hebreo usa el término עָבַד (abád)
que tiene varios sentidos, así:
trabajar (Éxo. 5:18). Cultivar[3] la
tierra (Gén. 2:5; 2:15). Servir, trabajar para otro (2 Sam. 16:19; Éxo. 21:6).
Prestar servicio cúltico (Núm. 3:7;
8:25). Celebrar un rito (Éxo.
13:5). Servir, rendir culto (2 Rey. 21:3; Éxo. 3:12) (Chávez 1992:432). Estos son los significados etimológicos que acentúan el trabajo que
incluía el servicio religioso. Así, el culto dedicado a YHVH en el tabernáculo demandó
de la consagración de toda una tribu, los levitas, quienes estuvieron dedicados
por completo al culto a Dios. El NT usa el término λατπεία (latpeía)
se usa de manera similar al sentido veterotestamentario; también, en referencia
al “servicio” del trabajo cultual para Dios (Rom. 9:4; 12:1; Heb. 9:1,6). Ahora bien, lo siguiente es un principio
autoritativo regulante sobre el culto cristiano. Pablo hace mención de este
ideal cúltico con λογικὴν λατρείαν (logikèn
latreían) “culto lógico”, “culto pensado” que se observa en el siguiente versículo: “Así que, hermanos,
os ruego por las misericordias de Dios,
que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro culto
racional.” (Rom. 12:1).
Sin
duda Pablo tiene en mente la idea veterotestamentaria de culto como
ilustración, pues en esta dispensación el culto cristiano no está basado en la muerte o sacrificio de un animal sustituto.
Sin bien es cierto en la justificación el creyente necesita imperiosamente de
un sustituto vicario perfecto, Cristo (1 Ped. 3:18), en la santificación, él es
el sacrificio tal cual Pablo lo subraya aquí (“vuestros cuerpos”). Haciendo
un resumen conceptual de todo lo anterior, podemos decir que:
El
culto incluye trabajo. Quien culta, trabaja. Esto es, se esfuerza en. Así, el
cristiano (seguidor de Cristo) se dispone y prepara antes, para
entregar un servicio al Señor a través de los elementos propios de la
liturgia cristiana (alabanzas, ofrendas, constricción y atención). En este sentido, el culto personal es esencialmente eso, un involucramiento personal dispuesto
y racional. En términos generales, son dos aspectos concretos en los que nos
involucramos en el culto público. Primero, la actividad activa, esto es, nuestras expresiones en homenaje a quien merece
toda adoración, Cristo; expresiones que evocamos en la adoración corporativa
ordenada. Dicho de otro modo, no hay creyentes verdaderos con “manos”
cruzadas (actitud). Segundo, un elemento pasivo, el momento en que Dios espera
que nos aquietemos en reverencia inclinando nuestros oídos para “escuchar Su
Palabra”[4]. De manera que el culto cristiano tiene un
enfoque totalmente teocéntrico, pero a la vez, Cristocéntrico, pues el culto corporativo es
justamente la suma de todos aquellos que son conscientes de la Gracia de Dios
y por ello, agradecidos a Dios responden
en armonía y adoración a Cristo, quien lo ha dado todo por ellos. Por esta razón, es evidente que la devoción
cristiana, no termina cuando se ha llevado a cabo el último rito de la
liturgia, en el culto, sino que se sigue manifestando en los creyentes en la obediencia práctica a la Palabra predicada.
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2. Liturgia
La
palabra liturgia, proviene de latín liturgía
y significa “servicio público.” Proviene de la LXX que traduce del hebreo עֲבֹדָה (abodah)
por λειτουργία (leiturgía) de láos
“pueblo” y érgon “trabajo”, así, “trabajo del pueblo”, o
“servicio público” (cf. Núm. 4:24). El profesor W.E. Vine explicando un
cognado, señala:
«λειτουργός [leitrurgós]
denotaba, entre los griegos, en primer lugar, a uno que desempeñaba un cargo
público a sus propias expensas, y luego, en general, a un funcionario
público, a un ministro. En el NT se usa: (a) de Cristo, como «ministro del
santuario» en el cielo (Heb. 8:2); (b) de ángeles (Heb. 1:7; Sal. 104:4); (c)
del apóstol Pablo, en su ministerio evangélico, cumpliéndolo como
siervo-sacerdote (Rom. 15:16). Por el contexto es evidente que usa este
término en sentido figurado y no en un sentido eclesiástico; (d) de
Epafrodito, ministrador de las necesidades de Pablo en nombre de la iglesia
de Filipos (Flp. 2:25); aquí, lo que se tiene a la vista es un servicio
representativo; (e) de los gobernantes terrenos, que aunque no todos ellos lo
hagan conscientemente como servidores de Dios, desempeñan sin embargo unas
funciones que son una ordenanza de Dios (Rom. 13:6: “servidores”…).» (Vine
2007:555).
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El término liturgia en el contexto de la reunión eclesiástica, describe
el orden y la forma en que se realizaban las ceremonias en el culto dominical. En el Nuevo Testamento, sin embargo, la
palabra no ocurre en relación con asuntos ceremoniales sino que indica el
servicio que el cristiano rinde a Dios en fe y obediencia, como en Filipenses
2:17 “servicio”; Romanos 15:16 “ministro” (cf. Rom. 15:27; Fil. 2:25,30;
2 Cor. 9:12). Ahora bien, el NT no revela nada tocante a un patrón litúrgico.
Aunque Pablo tuvo que corregir desórdenes en el culto (cf. 1 Cor. 14),
no nos dio un patrón, o un modelo específico de la liturgia, aunque sí,
principios regulatorios generales contextuales que sirven como principios de
orden aun hoy, así: “pero
hágase todo decentemente y con orden” (1 Cor. 14:40) y, “…hágase todo
para edificación” (14:26), subrayando la necesidad de un culto racional y
lejos de toda confusión empírica (cf. 1Cor. 14; 13-17; 23-4; 33). Ahora,
¿deben las mujeres tener participación activa en el culto público? Si ha entendido bien el punto anterior, la
respuesta a esta pregunta, es sí. Sin embargo, si la pregunta es: ¿Deben las
mujeres tener participación activa en la dirección del culto público? Por
supuesto, la respuesta es diferente.
En
esta misma línea regulatoria general del culto, —y nótese con atención— Pablo no
dijo “vuestras mujeres en Corinto callen”, o “tales mujeres
puntuales”, sino, “…vuestras mujeres callen en las congregaciones”[5] (14:34)
y Pablo no tiene en mente congregaciones específicas, sino, la iglesia
cristiana universal, por eso añade: “Como
en todas las iglesias de los santos” (14:34), y para dejar la cuestión
bastante clara, añadió: “…porque[[6]]
es indecoroso[[7]]
que una mujer hable en la congregación.” (1 Cor. 14:35b), habiendo dado
antes Pablo otra razón: “Porque[[8]]
no les es permitido hablar, sino que estén sujetas”, añadiendo a
reglón seguido, “…como también[[9]]
la ley lo dice.” (1 Cor. 14:34). Ahora, la misma exégesis lleva el tenor
autoritativo de lo que Pablo estableció. Sin embargo, previendo no Pablo, sino
el Espíritu Santo el proto-feminismo en
la iglesia posterior añadió Pablo lapidariamente, y de hecho, irónicamente —en una iglesia “llena” de “profetas” y “espirituales”—
que: “Si alguno se cree profeta, o
espiritual, reconozca que lo que os
escribo son mandamientos del Señor.” (1 Cor. 14:37). La frase
“lo que os escribo son mandamientos del Señor” nada tiene que ver
con cultura, sino, con una declaración
prescriptiva que las Escrituras usan para decirnos lo que Dios no solo
piensa al respecto, sino, lo que él ya decidió sobre los roles en el culto (cf.
1 Tim. 2:9-15) y en el hogar (cf. 1 Cor. 14:34; Col. 3:18; 1 Ped. 3:1;
Efe. 5:22,24). Una nota necesaria para
los hombres:
“que
gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda
honestidad” (1 Tim. 3:4). Pablo
está hablando aquí del hombre gobernando su casa. Está estableciendo claramente una
jerarquía. El hombre gobierna. Ahora, la palabra “gobernar”, viene del griego
proístemi: “estar delante”, “presidir”, pero también, tiene el acervo
de la actividad común de los griegos
—aquellos días— donde fueron principalmente
navegantes. “Gobernar” entonces, incluye la idea del que está en
control del timonel de la embarcación.
Así, de quien dirige el barco. En
consecuencia, no existe en este concepto la idea “masculina” del: “!En mi
casa, mando yo!” No, la idea novotestamentaria no incluye esta distorsión de la autoridad
delegada. El NT pone el acento en que el que está gobernando sepa orientar, lo cual incluye el dialogar.
Por ello se dice también que ellos —los que gobiernan: los hombres— no deben
ser ásperos con ellas (Col. 3:20; 1
Ped. 3:7). Y que deben evitar el abuso autoritativo que lleva a muchos a
exasperar a sus hijos desalentándolos por dicho y errado concepto de
autoridad (Col 3:21). Y sin duda, generalmente los hombres no sabemos
dialogar, en efecto, muchos creen
justamente que gobernar se trata del
“yo mando aquí y punto” cuando el término y concepto escritural,
apunta a un gobierno sabio en amor; siguiendo con la idea del usus
loquendi[10]
incluido, se trata del gobierno de un barco familiar, no el de un barco de
esclavos, en donde por supuesto, por diseño divino el hombre se le ha dado el
lugar de autoridad que incluye la
responsabilidad de llevar a puerto seguro, a quienes Dios le ha dado como
parte de la tripulación a su cargo, lo
cual no es menor.
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¿Qué
principio nos da el NT para la liturgia
entonces? Como señalamos, el NT no nos da un modelo, una forma clara en que
deberíamos llevar a cabo la liturgia, pero sí, principios generales como el orden en y durante la liturgia con un enfoque pedagógico (edificación) y racional. Ahora bien, ¿cuál debería ser el énfasis
litúrgico? Esta pregunta tiende a dirigirnos a las ceremonias de la liturgia,
entiéndase, las alabanzas, las lecturas bíblicas y los tiempos de oración. Sin
embargo, apunta a otra cosa, esto es, al espíritu rector que deberíamos
procurar durante toda la reunión, lo cual tiene que ver con poner en el centro de la liturgia
a quien merece —en especial, corporativamente hablando— tal día honor, gloria y exaltación.
Poner
el acento en esto, tiene una relación directa con la doctrina. Dicho en otras
palabras, cuando el consciente colectivo en la congregación, y en especial, en aquellos que les toca dirigir o guiar a la congregación en el culto corporacional dejan
—conscientes o inconscientemente— en segundo plano la obra salvífica de Cristo como
cigüeñal litúrgico, tal culto se vuelve por defecto homocéntrico, o tiende a ello, lo cual se
puede constatar en el hecho de que muchos piensan que el culto no es “entregar a”, sino,
recibir un beneficio “espiritual”, cuando el objetivo esencial del culto es la
entrega de una adoración personal y a la vez corporativa a Dios. De manera que
el espíritu rector de toda la liturgia
debe ser desde el comienzo hasta el final, la persona de Cristo. En
consecuencia, y solo a modo de reflexión
paralela, ¿qué tiene que ver el día del
niño, el día de la mamá, el día del papá u otros días con en el “culto”? Juzgue usted, a la luz de lo estamos tratando
de enseñar es una liturgia bíblica.
3. Adoración
La
meta del culto en el que por definición soy participante consciente, es la
adoración a Dios. Esto significa que el
culto no es para mí. Básicamente, y esencialmente el culto es lo que el
creyente viene a entregar en solemnidad a Dios. Por esto, nadie que se dice
cristiano debería ser obligado a venir a la iglesia, porque esto es justamente
un deber de los creyentes (Heb. 10:23ss; Deut. 16:16). Ahora bien, cada vez que
una liturgia tiene un enfoque humanista, el culto —como dinámica colectiva— se volverá cada vez más cúlticamente
emergente[11].
Sí, justamente como lo han concebido las iglesias emergentes; ahora, antes de mencionar
algunas costumbres que sin querer a
veces permitimos, notemos —a grandes rasgos— qué incluye la adoración desde el
punto de vista escritural. La semántica de los términos, nos hablan entonces, de
dos polos.
La adoración tienen
un polo subjetivo (mi actitud)
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Hec. 17:23
εὐσεβέω (eúsebéo) 1 Tim. 5:4 “piedad,
piadoso”
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Mt. 15:9
σέβομαι (sébomai) “retraerse temor
reverencial” (Hec. 16:14)
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Rom. 1:25
σεβάζομαι (sebádzomai) “venerar, dar culto
(realzar)”
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La adoración tiene
un polo objetivo (mi acto ritual)
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Gén. 22:5
שָׁחָה (shajá) “postrarse”, “arrodillarse”, “encorvarse”, “inclinarse.”
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Mt. 2:8
προσκυνέω (pros-kunéo) literalmente describe
el acto de “besar” (la mano) más una “inclinación”, tiene la idea de
postración.
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Rom. 1:9
λατρεύω (latreúo) “servicio físico”, “dar
culto” (cf. Heb. 12:28).
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La verdadera adoración, involucra la actitud
cultual, pero también, como fruto de ello, la expresión cultual. Por eso, la adoración
más que ser una cuestión musical, es una cuestión teológica, esto es, escritural.
Así, mi expresión cultual a Dios estará directamente
relacionada con lo que creo es Dios: o sea, la doctrina. Por ello, la
idolatría, nótese bien, ido-latría (culto a las imágenes) fue severamente
sancionada por Dios, porque no solo fue una distorsión del Dios revelado, sino
también, de Su Palabra (Éxo. 20). Nótese el siguiente cuadro que nos explica la
dinámica de la adoración.
La teología y la regeneración, —y esencialmente primero la regeneración— demarcan la praxis (acciones correctas) de la verdadera adoración. Esto es, y en primer lugar: la adoración está dada solo, para los creyentes; Jesús mismo clarificó esto a la mujer samaritana cuando habló de los verdaderos adoradores, quienes primero, son verdaderos adoradores porque han nacido de nuevo. Éstos “adoradores”, busca Dios, quienes rigen su culto personal-corporativo por Su Palabra, no por el corazón o los sentimientos, ni mucho menos, por el “a mí me gusta así…” Sin embargo, y siendo esto lo primero, lo segundo es lo que regula tal adoración, la teología (Su Palabra).
En este sentido, cuando el cristiano logra
comprender que su culto personal no es lo que él debe recibir, —aunque sí
recibe, y mucho— sino, lo que él debe entregar a Dios de acuerdo a la Palabra de Dios, entonces, lo
primero que debería advertir es frente a
quién está. Y por supuesto, es la teología la que nos ofrece la información
correcta al respeto Dios, lo cual nos deriva a una conciencia bíblica —no
emocional— de quien es Dios. Y, si
nuestra teología es correcta entonces, no podemos llegar a otra conclusión acerca
de la majestad revelada de Dios en Su Palabra, lo cual nuestra actitud debería
reflejar incluso antes de entrar al templo. Nótese por favor, los siguientes
ejemplos de la conciencia que los creyentes del AT —como del NT también— tenían
acerca de Dios, un Dios que no ha cambiado un ápice al respecto.
“Y
llamó Jacob el nombre de aquel lugar,
Peniel; porque dijo: Vi a Dios
cara a cara, y fue librada mi alma.”
(Gén. 32:30)
“Al ver
Gedeón que era el ángel del SEÑOR, dijo: ¡Ay de mí, Señor DIOS! Porque ahora
he visto al ángel del SEÑOR cara a cara.” (Jue. 6:22)
“Y dijo
Manoa a su mujer: Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto.”
(Jue. 13:22)
“Entonces
dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y
habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al
Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isa 6:5)
“Seis
días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se
transfiguró delante de ellos, y
resplandeció su rostro como el sol, y
sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.” (Mt. 17:1-2;5-6)
“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último…” (Apo.
1:17)
|
No
hay mucha diferencia entre los creyentes del AT y el Nuevo, respecto lo que era para ellos la gloria de
Dios. Por supuesto, este concepto es
bastante ajeno al que vemos hoy en muchas iglesias. Ahora, tal conciencia de
Dios derivado de la teología, confluye inevitablemente en una nueva conciencia plena y racional de lo
que debe ser nuestra reverencia, temor y honor hacia Dios en el culto público. Tener conciencia de la reverencia que Dios
merece entonces, nos lleva automáticamente a responder adecuadamente en el
aspecto externo, interno y racional de nuestro culto. Quizás pensemos, “nunca
llegaremos a las prácticas[12] de
la iglesia emergente”, sin embargo, muchas veces tenemos sutilmente la actitud de
un “emergente” en el culto, muchas veces sin ser conscientes de ello, porque en algún kilometro de nuestro
entendimiento de la gloria y gran majestad de Dios nos bajamos, cayendo en un
sutil relajamiento racional evidenciando
por ejemplo, en un relajo indumentario
que muchas veces tiene un fundamento ficticio en la libertad cristiana, como es
en algunas ocasiones el vestido ajustado y sugerente de la hermana que no deja
de ser una distracción para los varones, lo cual no pocas veces, es simplemente
un sutil y recóndito sentimiento de egolatría (cf. Isa. 3:16:24; 1 Ped.
3:3-4; 1 Tim. 2:9-10). Sin embargo, no solo se trata de las mujeres, en este sentido llama la
atención la bipolaridad indumentaria que muchas veces observamos en los
hombres, quienes con regularidad se presentan en sus trabajos de manera impecable, pero que por esta misma
razón, —y basados en una licencia más
bien subjetiva— no dudan en
presentarse al culto, casi como si el templo fuese una extensión de la playa
(con bermudas, por ejemplo). Sin duda, sabemos que Dios mira nuestro
corazón —lo cual debería asustarnos, más
bien que relajarnos— y la “camisa” como
la “corbata” no nos hace más santos; sin
embargo, una conciencia saludable de
quien es Dios, evidentemente nos llevará a responder de una manera “adecuada” a
quien rindo honor, quien espera que me presente ante Él, con corazón sincero,
en plena certidumbre de fe, pero
también, liberado de una mala conciencia (Heb. 10:22). Esto es, una conciencia que ya no hace su trabajo.
En
este necesario auto examen por supuesto,
no somos impelidos a responder a la cultura de la iglesia porque esta no es la
rectora de nuestra costumbres, aunque sí,
debemos considerar en humildad lo
que la “cultura cristiana piadosa” juzga apropiado en nuestro contexto, pues nadie vive para sí
(Rom. 14:7ss). Sin duda esta disquisición está arraigada al segundo factor derivado
de una buena conciencia (1 Ped. 3:16ss), el temor a Dios, que lleva al
cristiano a responder a lo primero, en obediencia y jamás en el empírico “es
que a mí no me gusta” que hace tiempo ya
murió juntamente con Cristo (Gál. 5:25-26; 2:20). Por supuesto,
no se trata de sacralizar formas, sino, de concientizar al creyente maduro
a que considere que a quien él viene a rendir culto, no es a los hombres, sino
a Dios. No se confunda, por supuesto, la famosa corbata y la camisa son
cuestiones “culturales” y hemos de tener cuidado en poner estos aspectos
externos al nivel del rigor soteriológico (Gál. 4:9s), sin embargo, de la misma
manera que no iríamos a hablar con el
alcalde en bermudas, —no siendo la cultura nuestra autoridad— la “cultura
cristiana piadosa” sí —como hemos señalado ya—
nos da un parámetro sabio que nos ayuda específicamente a responder adecuadamente en un “contexto”
puntual momentáneo, cuestión que especialmente quienes dirigen —y mayormente—
quienes predican, deben sin duda ponderar a la luz de la más adecuada versión contextual
del “hágase todo decentemente y en orden.” Nótese por ejemplo, el caso de Timoteo (cf. Hec. 16:1ss), Pablo lo
“circuncidó” por una causa totalmente cultural e inaceptable aun para el propio
Pablo y la libertad cristiana (cf. Hec. 15; Gál. 1:6-10; 2:11-21). Sin embargo, dicho contexto lo requería y la madurez de Timoteo no fue un obstáculo. El
ejemplo de Hudson Taylor (1832- 1905) es
interesante; siendo un misionero protestante inglés en China y
fundador de la Misión al Interior de China, MIC (China Inland Mission; hoy
OMF), se quitó de encima su atuendo
“formal”, por lo menos, lo que los ingleses llamaban formal y decidió dejarse
crecer el cabello y adoptar la vestimenta China; por supuesto, para Taylor
esto no fue simplemente una cuestión de gusto personal, sino, una estrategia holística necesaria pues de
hecho, tuvo que aprender el idioma chino incluyendo el mandarino, el
chaoshanhua y el wu. Lo cual le llevó a
traducir el Nuevo Testamento al
Ningbó, uno de los dialectos derivados.
En
consecuencia, antes de avanzar a nuestro
segundo artículo relativo a la necesitad de entender qué es una liturgia bíblica,
necesitamos meditar y ponderar bien lo que es el “culto”, la “liturgia” y la “adoración”
individual y a Dios. Si hemos comprendido estos aspectos a la luz
de las Escrituras, entonces, vamos por buen camino.
Bibliografía
Aracena,
Christian 2017. Consejería Bíblica,
en la iglesia local.
Grenz, Stanley & Guretzki, David et al. 2013. Términos Teológicos,
Diccionario de Bolsillo. El Paso TX:
Hispano.
De
Andrade, C. C. 2002. Diccionario Teológico: Con un
Suplemento Biográfico de los Grandes Teólogos y Pensadores. Miami, FL:
Patmos.
Rose, Nathan 2019. 5 peligros
espirituales de faltar a la iglesia. Internet URL:
[Consultado el 11.03.2019].
Slick, Matt 2007. What is the Emerging Church? (¿Qué es la
Iglesia Emergente?) Internet URL: https://carm.org/what-emerging-church [Consultado el 11.03.2019].
Varela, Juan 2002. El
culto cristiano, origen, evolución, actualidad. Viladecavalls, Barcelona:
Clie.
Vine, W. E. 2007. Diccionario Expositivo de palabras del Antiguo
Testamento y Nuevo Testamento Exhaustivo. Nashville TN: Nelson.
[2] Señala el pastor Christian Aracena: “Nos hace falta cambiar. Es
necesario dejar el viejo hombre con sus malos hábitos y llenar la vida con el
nuevo hombre y sus nuevos hábitos (Mt. 5:21-22,27,28; 12:43-45; Ro. 6:6;
12:9-21; Gál. 5:19-23; Ef. 4:22,24,28; Col 3:9; 1 P. 3:9).” (Aracena
2017:50).
[3] En
latín la palabra culto es cultus y significa cultivar, e incluye el trabajo meticuloso que se hace.
[4] Nathan
Rose tienen razón cuando escribe: “El aspecto central de la adoración
congregacional es la predicación de la Palabra de Dios. La proclamación de las
Escrituras es el medio principal de Dios por el cual un discípulo de Jesús
crece en madurez espiritual. Cuando un cristiano se salta la reunión de la
iglesia, se está perdiendo el proceso prescrito de Dios para el crecimiento
espiritual.” (Rose 2019:1).
[6] Pablo
no es ambiguo, usa γάρ (gár)
“porque” que es preposición argumentativa. No simplemente una conjunción de
inferencia, o deductiva. γάρ (gár) se
usa en el NT esencialmente para argumentar razones en una discusión.
[10] Es
un latinismo (frase) que significa “uso local”, y tiene la idea de cómo es que
los destinatarios originales lo entendieron de acuerdo al uso local, o sea, a
su contexto histórico cultural.
[11]
¿Qué es la iglesia emergente? Matt
Slick explica: “La Iglesia Emergente es un movimiento que clama ser
cristiano. El término “Iglesia Emergente” es usado para describir un movimiento
amplio, controversial que busca usar acercamientos culturalmente sensibles para
alcanzar a la cultura posmodernista, con el mensaje cristiano, especialmente de
aquellas personas que no tienen iglesia. Algunas Iglesias Emergentes podrían
utilizar objetos de utilería tales como velas, estatuas, e incienso, además,
leer poemas, dejar utilizar micrófonos para toda persona, videos, etc. Algunos
servicios de la IE son algunas veces extremadamente informales, mientras que
otros son más formales.” (Slick 2007:1).
[12] Algunas
características propias de las “iglesias emergentes” —un fenómeno mayormente
americano (Mark Driscoll, Dan Kimball, Brian McLaren) que ya tiene sus réplicas
en nuestro país— claramente ha surgido
por un enfoque claramente humanista (el hombre en el centro) y posmoderno de lo
creen es un culto. Así, algunos rasgos
comunes en estas comunidades son una
tentativa y conciencia de alcanzar a aquellos en la cultura posmoderna, pero, a
través de formatos cultuales también posmodernos. De allí que el uso de la
tecnología no solo escatima la tradicional proyección, sino que también incluye espectáculos y puestas en escenas al más estilo del performance
secular. Concepto de espectáculo de carácter vanguardista en el que se
combinan elementos de artes y campos diversos, como la música, la danza, el
teatro y las artes plásticas. Por esto, no es raro ver en estas comunidades una
ambientación posmoderna para personas
justamente, posmodernas en neo-templos
adaptados con velas encendidas y aun,
aromas ambientales. Pero esto no es todo, es característico de estos
grupos también, un rechazo a la liturgia tradicional, sino también, un relajamiento doctrinal sobre las verdades
absolutas y credos históricos cristianos aceptados por la ortodoxia tradicional
(Slick 2007:1).
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